Ayer Gran Hermano expulsaba a dos de sus concursants por montajistas. La presunta prueba de este delito televisivo eran imágenes de los concursantes hablando, entre ellos y con el resto de habitantes de la casa, sin pudor y sin esconderse, de las ventajas de ser un concursante polémico, la necesidad de hacer cosas impactantes que mantuvieran el interés del programa en su persona y conseguir así la mayor exposición mediática posible, para luego rentabilizarlo en bolos y apariciones en los distintos programas de la cadena.
Así, Julio y Flor se enrollaron a las pocas horas de haberse conocido y sus numeritos subidos de tono empezaban a copar los resúmenes del programa. Pero, Telecinco y Zepelin han decidido que esto no se ajustaba a las normas del programa, que según nos mostraba ayer Mercedes Milá, dicen claramente que hay que ser auténtico.
Y yo me pregunto ¿hay algo más auténtico que reconocer que se va al programa a ganar pasta y hacerse famosete de cuarta durante un tiempo?
En un ejercicio de exactamente lo que se estaba criticando, Gran Hermano nos hace creer que se trata de un concurso de convivencia donde los concursantes solo van para vivir la experiencia, sin pretensión alguna de ganar dinero con ello y pasear por los platós y discotecas recaudando el mayor dinero posible mientras duré la fama. Alguno habrá, no cabe duda, pero cuando se les hace firmar contratos leoninos de representación es por algo.
En un ejercicio de incoherencia, estoy segura de que esta misma tarde la expulsión de Julio y Flor será lo más comentado en los platós de Telecinco, que acaba de convertir a esta pareja en protagonista absoluto precisamente por el pecado de querer ser protagonistas. Mucho me temo que les han hecho un favor, pues ahora podrán ganar aún más dinero, más pronto y sin necesidad de fingir una relación sexual que, por otra parte, no ha sido más que un legítimo uso de su cuerpo serrano.
Admiro la capacidad que tiene Mercedes Milá de meterse en el papel de defensora del formato, que se lo crea y que quiera que todo el mundo se lo tome en serio, pero cuando se nos pone estupenda como ayer, protegiendo la dignidad de un programa que se caracteriza por hacer ganar dinero a la gente a base de enfrentamientos, me carga sobremanera. Seguramente ella alegará que no es asunto de Gran Hermano qué es lo que hacen los concursante una vez fuera del programa, y tendrá razón, pero el germen de todo lo que ocurre una vez expulsados (por la audiencia o la dirección) los concursantes, viene de la exposición televisiva que su programa hace de esas personas y eso conlleva una responsbilidad de la que no vale escaquearse.
Esta polémica hubiese tenido sentido hace 11 años, hoy día no me creo que absolutamente nada deje de estar medido y controlado en estos programas…