Mi última entrada en el blog hablaba de todas las cosas que hacían de OT un programa mejorable, uno que había evolucionado bastante poco desde el estreno de su primera edición hace ya más de tres lustros.
Si bien me reafirmo en aquellas críticas, tengo que ser justa y decir que no todo está siendo flojo en esta nueva edición de un programa que, casi con total seguridad, es la más intensa a nivel emocional y en la que más escuchada se puede sentir la audiencia. Por supuesto, se trata de un cambio derivado principalmente de las redes sociales, que no existían hace quince años o lo hacían tímidamente (recordemos aquellos chat alimentados a base solo de SMS), pero todo lo que allí se cuece podría ser más o menos valorado y tenido en cuenta por los responsables del programa, preocupados en primera instancia por hacer un buen programa de televisión y en cambio, lejos de considerarlo lo justito, parece estar siendo un ingrediente fundamental a la hora de construir lo que luego vemos en las galas.
La gente se ha vuelto loca con esta nueva edición de OT. Creo que desde la primera edición del programa no había existido una expectación semejante ni un seguimiento del 24 horas tan intenso. Todo lo que ocurre en esa academia es trending topic cada día y en las noches de las galas más de una de las cosas que ocurren en ese plato alcanzan ese Top 10, en una demostración de seguimiento y actividad brutal de los fans del programa. Es una pena, porque luego toda esa emoción no se traslada a unos números de récord como cabría esperar, mostrando la clara tendencia de cómo las generaciones más jóvenes no consumen televisión de la misma manera que sus padres, ni siquiera cuando el principal evento de OT es un programa en directo, llamado a ser el motor de la nueva televisión. Sí, los fans del programa son cientos de miles y consumen todo y a todas horas en YouTube, generando memes, conversación y otros contenidos en redes sociales de forma casi permanente pero luego, a la hora de sentarse frente al televisor, no son tantos como pudiera parecer, apenas un par de millones. Todo un éxito para una TVE que estaba de capa caída, mucho más entre el público joven, pero muy lejos de los grandes datos de antaño donde se duplicaba esa cifra, lejos incluso de un programa similar como La Voz, que no consigue la misma repercusión fuera de antena, pero sí logra mejores datos de audiencia, arrastrados casi con total seguridad por un target más amplio, el habitual de la cadena.
Los jóvenes están volcandos con OT, no hay más que ver los comentarios en la emisión del 24 horas y la audiencia concurrente cada hora. Son jóvenes que, de igual manera que ocurre con los propios concursantes, parecen nuevos en este formato, porque lo son. Son gente muy joven que apenas tenían unos pocos años cuando el programa daba sus primeros pasos, posiblemente antes que ellos incluso, gente que no está cansada de OT, de sus concursantes falsos, de sus aspirantes resabiados, porque, entre otras cosas, estos no lo son. Y esa es otra de las grandes virtudes del casting de este año, que son concursantes que, precisamente por su edad y también por la sabia elección de Noemí Galera y sus compañeros, no aspiran a ganar la fama rápidamente y salir en las portadas de las revistas, sino a aprender, a hacer lo que mejor saben, a salir de su orquesta de pueblo y la dura vida que la acompaña para tener un futuro mejor en la música, algunos de ellos con una formación anterior bastante notable y todos ellos, casi todos, con una virtuosa inocencia que traspasa la pantalla y que hace que nos enamoremos de ellos, como cantantes, pero también como personas, deseando que les vaya bien.
Esta edición de OT ha conseguido crear un ambiente muy similar a la de la primera, hasta ahora irrepetible, pero además cuenta con la gran ventaja de poder escuchar a la audiencia como nunca antes y nadie en Gestmusic está dejando pasar la oportunidad de utilizar en beneficio del programa todo aquello que se comenta. Así, se buscan canciones y emparejamientos que piden los seguidores, se buscan canciones que encajen en lo que la gente ve en sus aspirantes favoritos y que ellos mismos han propuesto. El pasado lunes, nada más terminar la preciosa actuación de Amaia y Alfred, algunas voces mencionaron lo bien que quedaría él cantando la canción de Salvador Sobral ganadora de la última edición de Eurovisión y al día siguiente era justo esa la canción que le tocaba. Casualidad o no, parece claro que la comunión entre responsables y seguidores del programa es mayor que nunca.
Una conexión entre un lado y otro del programa que es más que evidente también durante la emisión del 24 horas. A diferencia de otros años, cuando esta emisión parecía mecánica y aleatoria, con alguien cambiando de cámara de vez en cuando, más por variedad que por calidad de los contenidos, este año se sigue la acción de una habitación a otra, a menudo siguiendo lo que la propia gente va pidiendo en el chat que acompaña a las imágenes. Cuando parece que lo que ocurre en una sala se vuelve monótono, se cambia de plano pero, si de pronto hay revuelo entre quienes lo están siguiendo o estos se muestran insatisfechos, rápidamente se busca solución, demostrando que al otro lado hay alguien que está vivo y escuchando, lo que repercute en una mayor conexión con la audiencia, que está encantada y feliz.
Tal es el cariño que se ha creado entre audiencia y concursantes que, a diferencia de otros programas de características similares, lejos de buscar el morbo o las situaciones de cotilleo, son los propios espectadores regulares los que protegen a los aspirantes, conscientes de que ellos no saben lo que se ve fuera, de su repercusión y, sobre todo, conscientes de lo fácil que es traspasar una línea que les haga daño y protestando si el programa la cruza. Pese a que un porcentaje muy grande de esta audiencia está como loca con las parejas y posibles parejas que se pueden formar en la academia, ese ‘shipeo’ permanente que les da mucha vidilla, rechazan por completo que se juegue con ello entrando en una intimidad que no procede y es así como hace unos días se protestó contra el programa por cruzar la línea y mostrar una conversación privada de uno de los concursantes con Noemí Galera, una conversación que se suponía privada por el propio carácter de la misma, pero según parece, también por expreso deseo del concursante. En ella, se preguntaba por el estado de su relación personal y las dudas que estar en la academia le estaba provocando. Claramente, un tema muy íntimo que no debería haberse emitido y que provocó mucho rechazo entre quienes lo estaban viendo. Aún hoy, el vídeo está colgado en la web de TVE, pero no será porque no se ha insistido por parte de los seguidores del programa en que no procede tenerlo allí.
Pese a esta metedura de pata y que no se esté reparando, este es posiblemente el único borrón hasta el momento en una relación con la audiencia inédita hasta hoy y que es un pena no se esté convirtiendo en las grandes audiencias que un programa así llegó a tener. Quizá los primeros días, las primeras galas y sus fallos, hayan afectado al interés que podría haber despertado el programa entre una audiencia que no es necesariamente la del 24 horas, una que no perdona ciertos fallos y que después de una primera gala bastante nefasta, no le ha dado una nueva oportunidad. Es una lástima porque, cuatro semanas después, la evolución es notable y la construcción del evento y su emoción que están creando fuera de la gala es sobresaliente.