Tercera gala de Operación Triunfo y tengo sentimientos encontrados sobre el desarrollo del formato. En lo personal, reconozco que tengo cierta facilidad para encariñarme con el programa y estar lo suficientemente interesada como para aguantar su eterna duración y todos sus defectos, pero eso no significa que no vea la cantidad de cosas que de un modo u otro hacen de este programa uno bastante mejorable. Tantas que hasta puedo hacer una lista:
- El sonido: es sin duda uno de los principales problemas de OT y lo peor de todo es que, si no me falla la memoria, es un problema recurrente. Se quejan los alumnos de que no se escuchan bien durante la gala, lo que les lleva a desafinar. Se quejan los profesores y miembros del jurado de que en los ensayos lo hacen bien y en la gala desafinan, lo que podría tener una excusa en este problema de sonido sumado a los nervios. Se queja el público fan en twitter de que, efectivamente, en la emisión en directo suenan bastante bien en los distintos pases de micros, pero luego en la gala no dan pie con bola. Se queja hasta mi madre, que no es experta en sonido, y afirma desde hace dos semanas que le cuesta ver el programa porque, al lado de los concursantes de La Voz, estos suenan como si estuviera en un karaoke.
- El vestuario: otro problema recurrente de OT. Prendas imposibles que dificultan el movimientos de los concursantes, especialmente de ellas. Modelitos de abuela en una boda en cuerpos de niñas de 20 años, que hacen todo menos ayudar en su confianza. Poliester y terciopelo que no lucen nada ante los focos y deben dar un calor criminal. Diseños que no entiendo y que lo mismo podrían aparecer en esa gala que en cualquiera de las de OT1.
- La realización: se quejaba ayer algún crítico de que se ha invertido poco en el plató del programa pero sinceramente, creo que el tamaño es inmenso y que sus posibilidades son increíbles pero simplemente no luce, ni por la puesta en escena de los números musicales, ni por la realización que los acompaña, incapaz de mostrar el potencial de los metros de escenario construidos. No termino de entender si la culpa es de quién monta los números y no los dota de la amplitud que podrían tener o si es de la propia realización, que no cuenta con los medios necesario para explotar estas posibilidades.
- El presentador: me encanta Roberto Leal. Me parece un tipo afable, simpático, con aspecto de buena persona y además es un gran profesional. Pasa por las tres horas de programa sin apenas cometer un error y, cuando lo comete, suele ser una tontería, a veces ni siquiera culpa suya y sale del atolladero con total naturalidad y, sin embargo, no termina de destacar en el conjunto del programa. Muchos pensarán que un presentador de un reality no debe ser protagonista y, aunque comparto la afirmación, también creo que se necesita brillar más que ser correcto, estar un punto por encima del show, dominarlo como un domador de leones vestido de brillantes más que pasar por la jaula colocándolos y peinándolos. Y ese es el problema de Roberto, que dentro de su exquisita corrección está envarado y suave, pero no por lo nervios como dio a entender Rosa el primer día, sino porque esa es su personalidad, la de un gran presentador absolutamente correcto y la tele moderna pide un ritmo que se beneficia de presentadores menos formales y más vivos. Me da muchísima pena, pero así es y no es culpa suya, sino de una TVE que se ha empeñado en estar anclada en los 90 y ni avanza ni deja avanzar a sus profesionales.
- El Chat: el remate. Lo vi ayer por primera vez, concluida la gala. Ese chat que en tiempos pasados conducía un atropellado Angel Llacer y que permitía el contacto directo de los fans con los concursantes por medio de mensajes que, leídos y comentados en directo, servían para dar vida a la relación entre el interior y el exterior de la pantalla. Para mi sorpresa, este chat se ha convertido ahora en algo completamente diferente, en una cosa encorsetada, tan preparada que hasta se proyectan vídeos de la gala que acaba de terminar, como si el que está a las dos de la madrugada pegado a la tele no hubiera visto ya las nominaciones y lo que es peor, con una parte que se traslada a la sala de ensayos en la que pasamos al extremo contrario, donde todo es un descontrol inmenso, donde todos los concursantes hablan a la vez, donde los profesores no terminan de saber qué hacer y con conexiones a una presunta «representante de la audiencia» que propone jueguecitos absurdos entre ellos, memeces que a esas horas, con el sueño que tenemos los espectadores y el bajón después de la tensión de los propios concursantes no tiene ningún sentido. Ayer: el juego de pasarse un hielo con la boca y una ronda de beso, verdad o consecuencia. WTF! Hasta Aitana, que es la más pequeña del grupo, no pudo evitar espetarle a Noemí un «pero si esto es un juego de primaria». Luego lo arregló afirmando que le encantaba, pero creo que su reacción fue el fiel reflejo de lo que pensamos todos. Por no hablar de lo innecesario de entablar un juego medio sexual entre personas que han ido allí a cantar. Si luego en su tiempo libre quieren jugar a la botella o hacerse cosquillitas es cosa suya, pero no por el show, esto no va de eso… o no debería.
El conjunto de estas mejoras necesarias, o de estas cuestiones que hacen de OT un programa imperfecto, tienen un denominador común y este es la ausencia de evolución en el formato. Del mismo modo que tradicionalmente se ha valorado en los concursantes, no tanto su calidad como su evolución, siendo más duros con quienes venían mejor preparados y más flexibles y tolerantes con quienes, aún no siendo perfectos han mejorado notablemente, nos encontramos aquí con un problema de similares características. Este OT de 2017 podría perfectamente haberse emitido en el 2000 y no nos resultaría moderno ni revolucionario, no nos parecería mucho mas que un talent correcto y estaríamos pegados a la televisión únicamente por el carisma y personalidad de sus protagonistas (que no cabe duda es a veces más que suficiente para levantar un programa y mantenerlo en emisión). Esta falta de evolución debería ser inadmisible en un canal como TVE que cuenta con dinero suficiente y con profesionales más que de sobra para ofrecer otro tipo de programa, aunque el formato sea el de 2000.