Creo que no me equivoco si digo que vivimos en la era del visionado de series por oleadas de influencia. En un panorama como el actual, en el que es imposible seguirlas todas o tener un mínimo de control sobre lo que se estrena en las miríadas de plataformas y canales existentes, se ha creado una peligrosa tendencia a ver lo mismo que está viendo todo el mundo, tendencia que, por otra parte, resulta perfectamente lógica. El espectador medio no puede abarcar toda la oferta, ni para verla ni casi para echar un vistazo a lo que tiene disponible y así, termina por fiarse de dos o tres personas de su confianza quienes, a su vez, se fían de otras tantas, en una sucesión de influencias en cadena que nunca antes habían sido tan poco dependientes del marketing y la publicidad propia de sus creadores y distribuidores.
En el último extremo de esta cadena, unos cuantos profesionales del sector del visionado y el análisis que, ellos sí, devoran una cantidad ingente de pilotos y primeros episodios, con una notable capacidad para filtrar y aplicar un criterio, alimentado tras años de ver contenidos, analizar guiones, observar resultados y recopilar nombres y curriculums que garantizan la capacidad de algunos creadores de hacer un buen producto. Desde aquí, mi sincera gratitud a todos ellos por el trabajo previo y cuánto me facilitan la vida.
Es la cadena de la influencia seriéfila la que se va desenrollando en redes sociales, blogs y páginas de críticos conduciéndonos a los demás a ver determinados productos que ya han sido aprobados por ellos, haciendo que hablemos también de esas nuevas series y ejerzamos nuestra propia influencia sobre amigos y seguidores en un continuo que provoca que durante un tiempo, el que tardan en estrenarse los primeros episodios y luego al terminar una serie, parezca que todos hablamos de lo mismo y uno tenga una equívoca sensación de escasez.
Lo hemos visto con ejemplos como Stranger Things el pasado verano, Big Little Lies hace apenas unos meses y ahora con Liar, la serie de iTV, que aquí podemos ver en HBO, protagonizada por Joanne Froggatt y Ioan Gruffudd de la que todo el mundo habla desde su estreno hace seis semanas y ahora que ha terminado. La serie, que podría haber pasado desapercibida por su emisión en una plataforma que aún no está muy extendida y por no contar nada especialmente novedoso, ha sido sin embargo un gran éxito de crítica y repercusión entre el mundo seriéfilo y es, sin lugar a dudas, la serie que todo el mundo está viendo.
¿Es realmente un serión como cabría suponer dado el revuelo? Desde mi punto de vista, no, pero tiene una serie de elementos que la convierten en una muy buena serie. Liar es, básicamente, la historia de una cita que termina en violación y en la que no sabemos si la protagonista ha sido forzada, si bebió demasiado y no recuerda que se trata de ser sexo consentido, o peor, si esta es una circunstancia a la que se ha enfrentado anteriormente por culpa de una inestabilidad mental previamente diagnosticada y está destrozando la vida de un tipo ejemplar.
La principal baza de la serie es el poderío de sus protagonistas: ella en su papel de mujer aparentemente frágil, pero con una tremenda fuerza interior y decisión y él desde ese encanto y esa apariencia de hombre recto que ya ha sufrido bastante y no podría hacer nada de lo que se le acusa, entre otras cosas porque no lo necesita. Sus interpretaciones son brillantes y la manera en que nos van desgranando los acontecimientos está milimétricamente medida para que nos quedemos enganchados a la historia y queramos saber más.
Sin embargo, y aquí es donde la serie no sorprende (OJO, SPOILERS A CONTINUACIÓN), como espectador de nuestro tiempo, uno no puede ver la historia sin saber que hoy en día no se admitiría un relato de estas características en el que la mala fuera ella, al menos no de la manera en que nos lo están contando.
Nos enfrentamos en Liar a la historia de una mujer que no ha sido físicamente forzada a tener relaciones sexuales, sino drogada para «dejarse hacer», por lo que no puede probar una violación basada en las heridas sufridas. Además, su testimonio es puesto en cuestión por el hecho de haber tenido una cita con su violador, por haber bebido más de la cuenta y, lo que es peor, por haber pasado anteriormente por un proceso similar, en el que terminó retirando unas acusaciones que no hacían más que perjudicarla a ella como víctima en lugar de al delincuente. Toda una sucesión de prejuicios más que presentes en la sociedad actual y que se muestran de una manera tan evidente que, como espectador, no puedes evitar ser consciente de por dónde va la historia, del tipo de comportamientos que nos están mostrando, de lo que se pretende con ellos, de la injusticia que se esta denunciando dentro y fuera de la ficción. A la vista de todos los elementos que nos van añadiendo, uno no puede pensar que finalmente ella sea la mentirosa porque sería un desenlace machista y cruel que sería muy mal recibido por la crítica y el espectador medio.
Es aquí donde la serie no sorprende y como tal, a pesar de ser una estupenda pieza de ficción, carece de esa chispa final que me hubiera gustado encontrar. Pese a esto, muy recomendable.