Podría ponerme a buscar entre los pintores más surrealistas de la historia y encontrar varias referencias que explicaran el parecido que una serie como Twin Peaks tiene con algunas de sus obras, pero ni siquiera así le estaría haciendo justicia.
Por momentos, viendo la nueva temporada de la serie, revivida un cuarto de siglo después, me dan ganas de conseguir algo de lo que Lynch toma para darse estos viajes que se pega cuando crea pero, por otro lado, llego a la conclusión de que debe ser aterrador tener estas cosas en la cabeza y que mejor limitarme a ver sus efectos desde la distancia del espectador, uno que no entiende nada de lo que está ocurriendo, de esas secuencias inconexas, de esas referencias a cosas que nos deberían haber contado en secuencias anteriores pero que ni se molestan en mostrar, de ese construir relatos que no llevan a ninguna parte, que no vienen de ninguna parte.
Twin Peaks tiene un ritmo lento, lentísimo, uno que sin embargo es fruto del agolpamiento de ideas en la cabeza de su creador, ideas que quiere plasmar sobre la cámara, imágenes que le vienen a la mente a borbotones y que con toda minuciosidad recrea en escenas que va superponiendo, como quién pinta un gran cuadro lleno de detalles, aparentemente inconexos pero en última instancia relacionados entre si por un hilo conductor que está solo en la cabeza de su autor, uno que podemos intentar entender, que podemos descifrar con tiempo y dedicación, con un estudio pormenorizado de todas las piezas y de quién las ha puesto ahí, pero que nunca lograremos interpretar del todo, ni falta que hace.
Si os levantasteis a las cuatro de la mañana para ver esto en directo tenéis todos mis respetos. Si además lograsteis conciliar el sueño otra vez después, sois mis héroes.