Que Eurovisión iba a ser un fracaso en términos musicales no era ningún secreto y que las críticas que iban a venir a continuación se iban a suceder, en boca sobre todo de quienes no tienen ningún interés por el festival, más allá de usarlo como arma arrojadiza contra la cadena, pues tampoco es una sorpresa. Por eso precisamente era tan importante, o debería serlo, darlo todo a la hora de enviar un representante, uno que, aún fracasando, no nos deje la cara colorada porque se veía venir desde el minuto uno que iba a hacer el ridículo a nivel musical. Luego podemos hablar y discutir sobre si la canción es mejor o peor, sobre si la coreografía era más propia del Club Disney que de un festival de música, o sobre lo patético que puede resultar soltar un gallo del tamaño del propio Manel Navarro, mera anécdota que le puede pasar a cualquiera y que incluso podría resultar algo enternecedor.
Todos los años es lo mismo, las críticas al representante, a la canción, a la actitud del equipo, a la forma de elegirlo y, por encima de todo, al presupuesto que TVE invierte en enviar a alguien al evento, presupuesto que se considera siempre excesivo a la vista de los resultados que se obtienen, los del propio concurso, no los de audiencia, que a menudo resultan bastante satisfactorios (no tanto este año que ha sido bastante desastroso desde el principio). Y es en medio de estas críticas por los gastos que supone participar en el concurso cuando algunos grandes defensores de nuestra participación alzan la voz para defender que no se critique de la misma manera los gastos de comprar los derechos de emisión de algunas competiciones deportivas, especialmente el fútbol, en las que a menudo caemos derrotados en fases muy tempraneras sin que nadie se escandalice.
Desde mi punto de vista, pese a que no comparto lo de que no se critique, pues creo que los derechos de las competiciones futbolísticas hace tiempo que no tienen sentido en una cadena pública y su exceso se critica con mucha frecuencia, hasta cuando son las cadenas privadas quienes deciden soltar la pasta, existe una diferencia esencial en la comparación y se trata de la elección de los representantes. No es lo mismo comprar los derechos de una competición ajena a la cadena, en la que se asume van a representarnos los más cualificados, que emitir una competición en la que la propia cadena es responsable del producto final, de esa representación. Esta es la principal diferencia entre pagar por los derechos del mundial FIFA o mandar a Manel Navarro a Kiev. Y ojo, que la culpa no es del pobre chaval, que habrá dado lo mejor de sí mismo y con toda su ilusión, cualidades que no necesariamente le ponían en la mejor posición para hacer un buen papel, cualidades que se deberían haber buscado mejor y que son responsabilidad de otras personas, no del cantante.
A Eurovisión en España le hace falta un buen repaso, uno que no es cuestión de dinero, o no solo. Si queremos que dejen de criticarse cuestiones ajenas al propio espectáculo y a lo que no es más que una divertida competición como cualquier otra, hay que trabajar seriamente desde el inicio, con ganas, con interés, sin experimentos y, sobre todo, implicando mucho más a la audiencia potencial, que es mucha y que está deseando ser cortejada, ilusionarse y sentirse identificada de alguna manera con quién nos represente. Parece que el año que viene TVE volverá a utilizar Operación Triunfo como plataforma de selección y lanzamiento de Eurovisión y esta puede ser la mejor idea que hayan tenido hasta el momento. Si consiguen hacer del programa un éxito, que será el principal escollo, el resto será mucho más fácil y las críticas, que por supuesto no faltarán, no tendrán tantos motivos. Que los gastos se vayan a reducir notablemente gracias a que la sede del Festival vaya a ser aquí al ladito es otra oportunidad para la transparencia que la cadena no debería desaprovechar. ¿Serán capaces?
Creo que yatefolloynelabo ni canción ni artistas ni nada y gasto de españoles que a tendría que cantar en español
Esta vez se superaron con las grandes promesas que hay en España.