Después de un muy buen arranque, la serie Pulsaciones, que marcaba el regreso de Emilio Aragón a la ficción televisiva, se ha ido desinflando por el camino, hasta llegar a su final ayer noche con un share bastante discreto. Es cierto que la serie contaba con un importante handicap a la hora de mantener unos buenos datos, el de construir un relato complicado de seguir que no permitía fácilmente saltarse un episodio y retomar sin él, provocando la caída de espectadores por el camino, bien por abandono total de la historia, bien porque pasaron a seguirla online, con sus propios tiempos.
Pero no es solo el género de la producción lo que la hace complicada, también habrá muchos espectadores que han dejado de verla por puro desinterés en una historia con muchos altibajos. El núcleo central de la trama era posiblemente lo mejor que tenía Pulsaciones: la historia criminal que se escondía detrás de los raptos de personas sanas para curar a enfermos era interesante y bien desarrollada, pero la excusa del transplante para crear un personaje que está a caballo entre ambos mundos peca de irreal y, dado que se trata del personaje principal y la excusa para descubrir muchas de las pistas que desentrañarán la trama, no convence. Los personajes tampoco.
Para que una serie funcione, no basta con contar una buena historia, los personajes deben estar tan bien cuidados y construidos como el propio misterio y las pistas que nos llevan hasta el y aquí casi todos los personajes fallan. El protagonista falla porque sus idas y venidas del corazón a la cabeza resultan pura fantasía, Lara, la periodista, porque está sobreactuada y no consigue caer bien hasta casi el final y las dos mujeres alrededor de las cuales pivota el propio protagonista tampoco funcionan. Ingrid Rubio quizá sea la que se salve de la quema general, mostrándose como una mujer débil y atrapada por su pasado (sí, esta es una frase muy común, pero muy aplicable en este caso), pero no Leonor Watling, que asume un papel tan terrible que no entiendo como no ha habido nadie en toda la producción que no haya parado el despropósito de un final que resulta insultante para su personaje. Un final que se veía venir en los últimos minutos, pero que yo esperaba nos diera una sorpresa final, una que no ocurrió.
El personaje de Blanca nos muestra una mujer a remolque de un marido plagado de defectos. Ella es una gran profesional que podría hacer lo que quisiera con su vida, lista, independiente, exitosa, pero vive con un tipo que se droga para mantener su capacidad de trabajo y que esconde sus adicciones. Que ella decida mantenerse a su lado en estas circunstancias es loable y entendible, pues responde a un amor que entiende que la pareja puede sufrir un traspiés eventualmente, que las presiones del trabajo nos pueden llevar a tomar decisiones equivocadas. Pero, a partir de este momento, Blanca se convierte en un auténtico pelele, una mujer de las de antes, de las que se quedaban al lado de su marido por encima de todo, incapaces de retomar su vida y salir adelante sin él.
Así, una vez sufre el infarto, Alejandro sigue mintiendo a Blanca, ya no solo con las palabras, también acostándose con otra mujer. Sus actos son imperdonables en lo que respecta a su relación de pareja, pero los justifican con la lucha de corazón y razón y nos hacen creer que es normal que Blanca, sabiendo todo esto, siga a su lado porque es muy buena, le quiere mucho y en el fondo él no es malo del todo, es ese corazón que piensa solo. Hasta tal punto llega la debilidad del personaje de Blanca que incluso accede a tener un hijo con su marido, ese que acaba de descubrir no deja de mentir, no sabe quién es, ni si realmente quiere estar con ella. Los hijos como solución a los problemas de pareja. Mientras tanto, ella pierde su trabajo y sus opciones de comenzar una nueva carrera por culpa de Alejandro, omnipresente en todas sus decisiones y en la manera en que sus compañeros de trabajo ven a a Blanca, siempre pegada a la sombra de su marido, drogadicto, mentiroso e infiel.
Todo esto no sería un problema, después de todo cada uno construye sus protagonistas como le da la gana, si no fuera por ese terrible final que termina rematando la lamentable construcción del personaje de Blanca. Una vez resuelto el misterio y muertos todos los delincuentes y asesinos, Alejandro decide retomar su relación con Marian. Quiere dejar a Blanca y darle una oportunidad a su corazón, pero Marian le rechaza y le dice que no puede estar con él, que debe intentar reconstruir su relación con su mujer. ¿Qué debería haber pasado? Que Alejandro llegara a la que aún es su casa y Blanca le mandara directamente a la mierda. Ella no sabe que él vuelve porque le han dado la patada, pero nosotros como espectadores sí que lo sabemos y lo mínimo que debería haberse cuidado, por puro respeto al personaje más maltratado de toda la serie, es darle un último momento de dignidad. Pero no ha podido ser. A todos los responsables del guión les ha parecido normal que en estos tiempos una mujer como Blanca se arrastre ante un señor de esta manera y le recoja por encima de todas las mentiras y sin que realmente la quiera, solo porque no tiene otro sitio donde ir. Llevaba mucho tiempo pensando qué demonios habría visto Leonor Watling en el guión para aceptar semejante horror de papel pero, después de lo de ayer, ya lo tengo claro: trabajo y exposición en prime time, no se me ocurre una sola explicación artística. De por qué se ha tomado esta decisión a nivel creativo ya no encuentro motivo.