Domingo por la mañana, suena una alerta de Whatsapp en mi móvil y compruebo como una buena amiga pide en uno de los grupos que pongamos La2 para asistir a la retransmisión de la misa y evitar así que la cadena pública la retire, atendiendo a una petición expresa de Podemos, que es solo una más de las muchas peticiones en este sentido que se suceden en los últimos años. Lo primero que hago es recordarle a mi amiga y el resto de personas del grupo que de nada sirve poner una determinada cadena en casa si no tenemos un audímetro, una cuestión que yo consideraba bien conocida por el gran público y que ocasionalmente recuerdo no es tan fácil de entender o simplemente conocer. Dado que ninguno de los miembros del grupo tiene audímetro, la siguiente propuesta es seguirlo a través de internet, que no necesita medición con aparato específico alguno. Es lo que pasa cuando tus amigos piensan más en bits que en frames.
Terminada de definir la estrategia, unos están en el campo, otros atendiendo a su prole, nosotros no tenemos intención alguna de poner la misa en ninguno de sus formatos de retransmisión y yo me quedo pensando que la iniciativa no pasará de mera anécdota y excusa divertida para charlar un ratito con los amigos por la mañana. Hasta que el lunes llega el dato de audiencia y resulta que la misa ha triplicado espectadores, llegando a un 20% de share, que no es tanto para un domingo por la mañana, con muy poco consumo general, pero sí un éxito rotundo de la iniciativa. Me hago cruces (nunca mejor dicho) pensando cómo se puede conseguir un incremento así de la audiencia con una petición que, como digo, no da ningún resultado real si no tienes un audímetro, que es un aparato no tan común en las casas. Solo se me ocurre pensar que hay algo raro en los datos o que realmente, todos los que tienen un aparato de medición en casa y son suficientemente católicos como para rebelarse contra la petición, aunque no hayan visto la misa por televisión ni un solo día de su vida, hayan corrido a poner La2 el domingo por la mañana, provocando un incremento brutal en los datos que, claramente, no se repetirá en las próximas semanas. Y esto es fácil de comprobar.
Al final, se me ocurre pensar que la campaña, destinada a todo el mundo pero efectiva solo en una muy pequeña proporción de la población, no habría logrado extenderse si no fuera porque todos, incluso quienes no tienen audímetro o saben que sus amigos no lo tienen, se han hecho eco de la misma, consiguiendo llegar, en última instancia a quienes sí disponen del aparato mágico que nos representa a todos.
Pero resulta que no es solo eso, y que hoy martes sabemos que también hay una pequeña trampa que TVE ha incluido en su medición y que no es otra que la contabilización de los invitados, un dato que se tiene en cuenta desde hace poco y que, por sus complicadas características, no está siendo teniendo en cuenta en los datos que se hacen públicos cada mañana. Efectivamente, si los datos de las semanas anteriores no incluían a los invitados y los de el pasado domingo sí lo hacen, la cifra no es relevante, pues no pueden compararse mediciones sobre un universo diferente.
En cualquier caso, la noticia ha llegado incluso a las televisiones privadas, que hoy se hacían eco de los datos también dando por bueno ese 20%, en una prueba de que esa franja del día les resulta totalmente prescindible para sus estrategias de programación, aunque se hubieran apresurado a echarla por tierra de haber sido un prime time. En el clásico «no dejes que la verdad eche por tierra una buen titular», Espejo Público ha llegado a decir que con esos datos la misa se convertía en una retransmisión muy competitiva y solo les ha faltado decir que para la próxima temporada se planteaban optar a los derechos de emisión y que estaban hablando con posibles patrocinadores, tanto para el programa como para las casullas de los sacerdotes.
Anécdotas aparte, lo que parece claro es que vivimos tiempos muy polarizados en los que unos y otros no hacen sino reforzar las posturas de los que, desde enfrente, se oponen con fervor a determinados comportamientos y costumbres, da igual cual sea su origen, motivación o arraigo. Si es cierto que vivimos en un país aconfesional, quizá la misa no tiene sentido en una cadena pública, como tampoco lo tienen entonces los espacios dedicados a cualquier otra religión. Además, hoy en día ya existe una cadena de televisión, en abierto y privada, que cumple la función de hacer llegar la misa a los que no pueden acudir a verla a su parroquia. Dicho esto, en lo personal, no me molesta en absoluto que esté ahí, cubriendo esa posible necesidad social y todo lo demás me parecen maniobras políticas de unos y otros para seguir tensándonos a todos.
A mí no me resulta tan complicado de entender: los audímetros, aunque pocos en comparación con el total de la población, son (en teoría) estadísticamente representativos de la misma. Con lo cual, si la iniciativa surtió efecto en parte de los católicos (o anti-Podemos, pues de todo hay), estadísticamente tuvo que verse representada en la audiencia, y al no haber ninguna otra cosa destacable en esa franja horaria lo hizo de manera notable.
Ahora bien, al tratarse de una «anomalía» es difícil saber si el incremento real fue de un 15 o un 30%.
Esto es, si creemos que los audímetros son representativos estadísticamente. Yo pienso que al menos antes sí lo eran, siempre que midamos programas que entran dentro de lo habitual de las cadenas. Casos extraordinarios o muy partículares sería más complicados de medir con precisión, aunque la cuestión es que la iniciativa sí tuvo eco en un porcentaje significativo.