Había hablado de Rectify en alguna ocasión anterior, refiriéndome a su capacidad para mostrar los sentimientos de sus protagonistas, especialmente los de un Daniel Holden que vuelve a nacer tras 20 años en el corredor de la muerte, con las miradas de todo un pueblo puestas en él, unos con pena y condescendencia, otros con resquemor, alguno aún con dudas y resentimiento.
También os había hablado de su brutalidad cuando, al finalizar la segunda temporada, Daniel es objeto de la paliza más despiadada que he podido ver en televisión, y no son pocas en un tiempo en el que ver peleas tremendamente reales es algo frecuente y donde los efectos han evolucionado de tal modo que vemos balas entrar en los cuerpos y desmembrarlos, puñetazos que desprenden dientes, cortes que arrancan trozos de piel con un realismo impresionante, como si estuvieran ocurriendo de verdad y haciendo que en ocasiones apartemos incluso la vista de la pantalla por lo desagradable de las imágenes. Sin embargo, esa paliza era distinta, dolía más en la moral que en el cuerpo del personaje, nos despertaba un rechazo especial, más derivado de la brutalidad moral que de la física, convirtiendo a Daniel, pese a su gran tamaño y esa impresionante voz, en un indefenso gatito, incapaz de defenderse y a merced de sus agresores.
Rectify ha sido siempre una serie tremendamente introspectiva, una serie de personajes y de sentimientos, una operación a corazón abierto de los órganos de todos los miembros de esta familia destrozada por un error del sistema, por la debilidad de un chaval de 18 años que no sabía lo que hacía en un interrogatorio policial mal llevado. Se nos muestran unos personajes que llevan una aparente vida normal, de hecho, se nos muestran cuando ya lo peor parece haber pasado, cuando han recuperado al hijo, al hermano, cuando todo se soluciona, solo para darse cuenta de que las heridas, anestesiadas por el dolor, se abren de pronto y dejan al aire todo lo que durante 20 años ha ido haciendo mella en todos y cada uno de estos seres humanos. Es cuando Daniel regresa cuando todos los demás sienten la libertad para venirse abajo, para hacerse reproches, para avanzar en sus vidas, para romperlas si es necesario, para empezar de nuevo.
Y es así como llegamos a la cuarta temporada, la última, que es una auténtica joya de la televisión pero, sobre todo, del relato de unos sentimientos y de la capacidad para perdonar, dialogar, aceptarse y seguir adelante. Nunca una serie había tenido un final tan redondo, nunca una serie ha sabido describir de una manera tan íntima los sentimientos, nunca una serie ha sido tan ignorada cuando merecería estar en los altares de todos los premios televisivos al drama que se hayan inventando. Y no, no exagero ni un poquito.
Daniel pidiendo a su madre que le deje vivir, que le deje crecer y hacerse por fin adulto. Amantha pidiendo un poco de atención, la que no ha tenido en casi 20 años en los que su madre ha vivido única y exclusivamente para su hijo mayor, sumida en una tremenda depresión. El hijo pequeño que parece haber sido un sustituto que nunca logró ocupar el vació, el hijastro que nunca encontró su sitio, su mujer, el abogado que nunca se dio por vencido, la madre de la niña muerta que por fin es capaz de perdonar, los policías que reabren la investigación, el paciente marido… no hay un solo personaje que al final de la serie no queramos abrazar, no solo por la evolución que han tenido, ni por las bellísimas palabras que intercambian, sino por la magistral dirección de actores que, justo cuando parece que van abrazarse, simplemente se separan y toman caminos distintos, dejándote en el cuerpo esa inercia de abrazo que no se da y los ojos llenos de lágrimas.
En toda su crudeza o precisamente por ella, Rectify es un regalo y aunque no tenga todos esos premios que creo merece, hasta me alegro de que así sea, pues nos permite disfrutarla casi como un secreto, como ese pequeño espacio de intimidad en el que un día nos dejaron entrar, en silencio y sin poder asomarnos del todo, casi con el pudor que da entrar en una vida ajena. Rectify es una serie que duele, que no es fácil de ver, pero que merece la pena absolutamente y que además no envejece fácilmente. No la podría recomendar más.
Ese … «porque te conozco…» que llega desde dentro y tantos momentos que convierten en #FueraDeSerie a Rectify. No tengo mas que ganas de que pasen una semanas para, aún entre tanta locura de estrenos y pendientes, reverla de nuevo.
Y esa música y esos silencios y ese ritmo lento que llega hasta todos los trasfondos de cada unos de los personajes.
Grandísimo final, cualquier otro no podría haberlo superado.
Gran post no se puede estar más de acuerdo Susana.
Nota : tan solo una apreciación sin más importancia : la paliza … te refieres al final de T1.1 en el cementerio ?
Javier