This is us es, definitivamente, una de las series más bonitas que hemos podido ver en los últimos años. Sí, la palabra que mejor la define es bonita, pues en su trama no hay nada más que una bellísima representación de la vida, del amor, de las relaciones familiares, de los altibajos que una persona cualquiera sufre en su día a día, todo ello representado sin estridencias y con un precioso halo de normalidad. This is Us te toca el corazón casi sin quererlo, y esa es su principal virtud.
Pero no voy a hablar de la serie en particular, sino de algo que me ha llamado la atención al leer hoy a Ken Levine quién, como creador, tiene una importante pega que ponerle a una de las tramas de la serie y su traslación al mundo real. Se ofende Levine porque uno de los protagonistas, actor de una sit-com de gran éxito, tiene una crisis en medio de una grabación y decide abandonar su trabajo, hastiado del ridículo papel que interpreta. Su decisión se nos muestra como una cuestión de integridad, una afirmación de la personalidad del personaje, que no soporta seguir interpretando un papel que le ridiculiza y no le hace sentirse bien consigo mismo ni con lo que representa. Una actitud aparentemente loable.
Para Levine, sin embargo, esta actitud es egoísta y no tiene en cuenta la cantidad de puestos de trabajo que deja detrás, afirmando que por salvar su «integridad», el personaje se olvida de la responsabilidad que tiene como cara visible del producto que está vendiendo. Es decir, Levine pone por encima de la ética de las personas la responsabilidad que estas tienen para con las familias de los que trabajan a su alrededor. Así, un actor que esté interpretando un personaje que da mal ejemplo, que es una mala referencia para la sociedad o que encumbra comportamientos inaceptables, no debería anteponer su responsabilidad con la sociedad que le está mirando cada semana a la responsabilidad que tiene con quienes le pagan el sueldo a él y a otras tantas decenas de trabajadores.
Trasladado a algo que nos resultará mucho más cercano, es la misma excusa que hace ya varios años esgrimían en Telecinco cuando los anunciantes se retiraban en masa de La Noria y con la que acusaban a Pablo Herreros, principal promotor del movimiento, y a todos los que lo seguíamos de ser responsables de la posible pérdida del trabajo de las decenas de profesionales que hacían el programa. La idea de cambiar los contenidos y hacerlos éticos para salvar esos mismos puestos de trabajo no parecía entrar en su planteamiento y rebotaban la responsabilidad sobre los espectadores que reclamábamos a las marcas que hicieran gala de su propia ética para forzar al programa a cambiar la suya.
En el caso de esta serie, hablamos de una ficción, pero el ejemplo podría darse perfectamente en el mundo real, también con una comedia. Un determinado actor podría no encontrarse a gusto con el personaje que representa y estaría en su pleno derecho de abandonar la serie en la que trabaja por ello, si considera que hay algo que no está bien, si lo que representa le incomoda ¡faltaría más! Es la responsabilidad de los guionistas y creadores de la ficción compaginar las necesidades de todos, audiencia y actores, para sacar adelante un producto de éxito que no es nada sin ellos, los unos y los otros.
Volcar toda la responsabilidad en quién en un momento dado toma la decisión de no interpretar más a un personaje ridículo, que le humilla y que es el hazmerreír de la calle, tanto si encarna al personaje como si solo es él mismo (recordemos que gran parte de la gente ahí fuera no parece diferenciar), no parece ser muy ético por parte de quienes no tienen que enfrentarse a interpretarlo cada semana.