Esta semana TVE daba por concluida la emisión de la serie La sonata del silencio, una producción basada en la novela del mismo nombre de Paloma Sánchez-Garnica que, ambientada en la postguerra española, narra la historia de Marta, una mujer cuya familia ha perdido todo y que deberá enfrentarse a su nueva realidad desde la perspectiva de su papel de mujer, uno que en aquellos años valía bien poco, uno que no le permitía trabajar sin permiso de su marido, uno en el que su hija, también por ser mujer, era moneda de cambio para conseguir favores y recuperar el status perdido.
La historia es muy sencilla y al mismo tiempo muy enrevesada, con numerosas tramas y personajes interrelacionados que le aportan riqueza y tensión, que ponen al espectador a hacer cábalas y que juega con los más básicos instintos del ser humano, unos buenos mimbres para una audiencia importante. Los celos, el amor sin cabeza, la violencia, el extraperlo, las drogas, el amor juvenil y el desencanto, embarazos no deseados, todo ello en la España de los años 40 que nos parece tan cercana en el tiempo y que, sin embargo, nos pone de frente a una realidad tan lejana y distinta en algunos detalles, que nos parece mentira que nuestros abuelos, o mejor dicho, nuestras abuelas, tuvieran que vivir con ciertas cosas. Nos recuerda también cuánto camino hemos andado desde entonces, aunque a veces los informativos nos recuerden cuan poco hemos avanzado en otros.
La ya de por sí apasionante y apasionada historia de Marta venía envuelta en una factura clásica pero con ciertas licencias creativas, un ritmo pausado y una magnífica puesta en escena y ambientación, un conjunto que nos recordaba a las también clásicas adaptaciones de novelas que hemos visto en TVE en otros tiempos, de una factura impecable y tan atractivas como atractiva era la historia original que las sustentaba.
Si alguna pega he de poner es quizá la elección de los actores, pero no por sus interpretaciones, que han sido también muy notables, sino por la edad que representaban, que en algunos casos no parecía casar con su verdadera edad y la propia caracterización del personaje. Recuerdo haberme fijado mucho en esto el primer día y haber visto que era crítica generalizada, del mismo modo que reconozco que, pasados los dos primeros episodios, la interpretación de los actores superó cualquier posible descuadre de edades y no volví a pensar en ello hasta ahora mismo. Marta Etura, Daniel Grao o Eduardo Noriega han hecho un gran trabajo y hasta Fran Perea, a quién aún nos cuesta visualizar en un papel que no sea el de adolescente tontorrón y enamorado, se descubre como un gran villano.
Pese a todas estas cuestiones que hacen de La sonata del silencio un producto que debería haber funcionado bien, uno que es exactamente lo que esperamos de una cadena pública, uno que es al mismo tiempo entretenimiento y conocimiento de nuestra historia, la realidad es otra bien distinta y los datos no han sido los esperados, hasta el punto de que la semana pasada se emitían dos episodios seguidos para acelerar el final del serie.
¿Qué ha ocurrido para que no funcione una apuesta de ficción así? ¿Era quizá una adaptación demasiado clásica? ¿Eran las tramas demasiado simples? ¿Se equivocó TVE al elegir esta novela como base para la ficción? ¿Generó rechazo una historia demasiado dura en algunos sentidos, demasiado gris en todos los sentidos? Sinceramente, no lo sé y me resulta inexplicable, porque pienso que estaba muy muy bien hecha, encajaba a la perfección con el público de TVE y merecía mejores datos.