El sábado por la mañana, como un episodio más de esta entretenida serie que se llama España sin Gobierno y que, entre otras cosas, ha aupado a La Sexta como canal de referencia de la información política, Pedro Sánchez se despedía de la audiencia, la militancia y el resto del país con su particular hasta luego a modo de renuncia a su escaño. Como en las tramas más básicas de ficción, uno de los personajes protagonistas desaparecía con un adiós tan previsible como emocional, dejando una puerta abierta a su regreso o posible spin-off.
A las 12:30 de la mañana, previo anuncio unas horas antes, el ya ex-líder de la oposición comparecía ante las cámaras para despedirse en lo que, desde un principio, fue definido como una comparecencia, que no rueda de prensa y por tanto, en una aparición ante los medios sin ronda de preguntas. Esto provocaba numerosas críticas en Twitter (¿dónde si no?) acerca de la conveniencia de que los periodistas acepten acudir a este tipo de encuentros si no van a poder preguntar, crítica que comparto en numerosas ocasiones, como las ya famosas apariciones del Presidente del Gobierno frente a un plasma, pero no en este caso concreto.
Como digo, creo que en la comunicación existen muchos tipos de fórmulas y todas ellas deben ser atendidas en su justa medida por parte de los medios de comunicación, y es en este contexto en el que creo que debemos diferenciar algo tan básico como la rueda de prensa y la comparecencia, esta última equivalente a la emisión de una mera nota de prensa, con la diferencia esencial de que es el propio protagonista el que sale ante los medios a leer o interpretar la nota. En el caso concreto de Pedro Sánchez, podría perfectamente haber emitido un comunicado que los medios reproducirían de forma más o menos íntegra y el mensaje esencial habría sido el mismo, pero nos hubiera robado ese momento lacrimógeno tan televisivo que tiene mucho valor, tanto si es sincero como si son lágrimas de cocodrilo. Y no veo nada indigno en que la prensa acuda a cubrirlo, ni me parece fruto de una mala concepción del periodismo.
¿Podría Pedro haber admitido preguntas después de su comparecencia? Por supuesto que podría pero ¿estaba obligado a hacerlo y por lo tanto los medios deberían no haberse presentado a cubrir la noticia? Yo creo que no. Y ahora viene la pregunta del millón ¿es que no es periodismo si no se admiten preguntas, como afirman en Twitter algunas personas muy reputadas en el mundo del periodismo y la comunicación? En mi opinión, absolutamente no.
Periodismo no ha de ser únicamente aquella labor que indaga en las costuras de la noticia. Periodismo no es solo el escrutinio de los protagonistas de los acontecimientos y sus motivos. Sí, el periodismo de investigación lo es, y las entrevistas han de ir en esa dirección pero ¿qué pasa con el periodismo que es únicamente testigo de la noticia? ¿Acaso no es ese periodismo también? ¿No es periodismo el trabajo del reportero que acude a la entrega de los Oscars? ¿No es periodismo el trabajo de las televisiones que acuden al juramento del nuevo presidente del gobierno? ¿No es periodismo el trabajo del cámara que pasea por los restos de un terremoto?
La RAE define periodismo como «la captación y tratamiento (…) de la información» y parece obvio que en este caso, aunque limitado a la primera parte, la captación quedaba perfectamente recogida en la asistencia de la prensa al discurso de Sánchez. Además, una de las principales cosas que se enseña en las universidades de periodismo es a identificar las bases de la noticia, que deben responder a las cinco preguntas esenciales del periodismo (las cinco W en inglés), a saber, qué, quién, cómo, dónde y por qué, preguntas que, en el caso de la comparecencia de Pedro Sánchez, quedaban perfectamente resueltas (algunas incluso antes de verle entrar en esa sala de prensa). ¿En base a qué entonces podemos reclamar un boicot de los medios a esta aparición pública solo porque no se permiten preguntas? Máxime cuando el protagonista deja de ser un representante público en ese mismo instante y ya no tiene obligaciones con la ciudadanía.
Esa misma tarde, las televisiones conectaban con el Congreso para mostrar los distintos discursos de los líderes políticos y posterior votación de investidura, una nueva oportunidad para asistir a diferentes formas de hacer periodismo, de comentar la noticia, de trasladar a la audiencia lo que está pasando, una en la que Antonio García Ferreras hacía del soporífero evento un espectáculo televisivo que podríamos calificar de «emocionante» (con todas las comillas que quepan), con una narración de negativas y abstenciones de los diputados socialistas que bien podría haber firmado el mismísimo José Luis Uribarri en sus últimas retransmisiones de la ronda de votaciones de Eurovisión. Habrá puristas que crean que esto desmerece al periodismo, que no trata la política con la seriedad que merece o que, lejos de ser periodismo, es puro entretenimiento. En un entorno en que los propios políticos han hecho un espectáculo de la tarea de gobernar y hacer oposición, no me sorprende que las televisiones acaben haciendo estas cosas y no me molesta demasiado cuando compruebo que, con todos sus defectos, que no son pocos, han terminado por acercar al ciudadano una información política que estaba abandonada y limitada a los siempre formales informativos.
Obviamente hay muchas maneras de ofrecer la información a los ciudadanos, unas mejores, otras peores, unas más superficiales, otras más profundas y provocadoras, pero todas han de tener cabida, todas conforman un conjunto que se retroalimenta y que, en mi opinión, es imprescindible. Frente al traslado literal de notas de prensa o fríos datos tal cual han surgido, prefiero asistir a su lectura e interpretación por parte de quién los protagoniza, como también prefiero que después de eso se admitan preguntas. Son tres formas de asistir a la información bien distintas y no discuto que unas son más completas que las otras, del mismo modo que no discuto que todas ellas sean información. Interpretarlas es luego un ejercicio de periodismo al que todos deberíamos aspirar, pero no el único.