¿Debe la ficción de una cadena pública tener unos límites diferentes a los de la ficción de una cadena privada? Es una pregunta cuya respuesta puede resultar bastante evidente, un sí rotundo que tenga en cuenta el respeto que una cadena de televisión de servicio público debe a la sociedad en todos sus aspectos, una cuidadosa selección de las temáticas que aborda y cómo las aborda, intentando no herir sensibilidades pese a que, como siempre he defendido, la ficción es solo eso, ficción y por tanto no debe estar sujeta a determinados escrutinios más propios de la información o la documentalización.
Sin embargo, la televisión pública, especialmente cuando aborda la ficción, debe tener en cuenta la realidad de un público y una sociedad que no están aislados del mundo, que viven una determinada realidad que, abordada por los medios de una u otra manera y frecuentemente manipulada por la propia línea editorial de la cadena (más manipulada cuanto más pública, esto es un hecho tristemente irrefutable), tienen opiniones distintas y a menudo muy enfrentadas sobre temas esenciales de su día a día, sobre todo los políticos.
¿Debe entonces la televisión pública abordar estas cuestiones en su ficción para intentar adaptar esta a la realidad y llegar a un público mayoritario? ¿Debe intentar la ficción pública crear referentes en sus personajes, independientemente de que estos tengan ideas y comportamientos que otra parte de la sociedad pueda considerar inaceptables o ilegales?
Ocurre en estos días en dos series de éxito de la ficción española: de un lado, la aparición de un personaje independentista en la serie de TV3 Merlí, por otro, la misma circunstancia en La que se avecina, de Telecinco. Uno, en una cadena pública de un gobierno independentista también, al que se acusa de hacer proselitismo desde la serie, el otro en un canal poco dado a meterse en polémicas de estas características, con una línea editorial poco marcada y desde una comedia reconocida por llevar hasta el extremo los comportamientos de sus personajes, rozando un ridículo que, sin embargo, va cargado de referencias que encontramos en el mundo real.
Evidentemente, no es lo mismo abogar por la independencia de Cataluña desde TV3 con un personaje dramático, que abogar por la independencia de una escalera de vecinos desde Telecinco, pero ambas aproximaciones coinciden en dos cuestiones esenciales: el reflejo de una realidad que existe y el hecho de reflejar esta realidad desde la libertad que proporciona la ficción.
Creo que las libertades creativas que pueda tener un guionista de una serie de ficción de una cadena privada están fuera de toda duda. Creo también que ante determinados comportamientos o afirmaciones de los personajes no faltará quién salte para hacer causa común de ellos, pero no tengo absolutamente ninguna duda de que el argumento “la ficción es solo eso, ficción” aplica aquí en toda su extensión.
La duda en cambio si me asalta cuando se trata de una serie de un canal público. Tiendo a pensar que las normas deberían ser las mismas, que se trata de abordar historias que pueden ser completamente ajenas al sentir de la sociedad en cada momento o al contrario, reflejar un determinado momento histórico o social. En cualquier caso, siempre que quede claro que se trata de ficción, que no se intenta convencer a nadie de nada y que solo se busca introducir personajes con distintas sensibilidades, la cosa debería estar libre de duda.
El problema sobreviene cuando estamos tan acostumbrados a ver que los canales públicos adoctrinan o lo intentan desde todos los frentes posibles, que ya no somos capaces de discernir realidad o información de ficción, cuando todo lo que nos cuentan desde las televisiones públicas es percibido como una burda manipulación en favor del partido de gobierno en cada territorio, cuando la realidad se vuelve una ficción tan escandalosa que no la diferenciamos de la ficción real y no somos capaces de concebir que deban tener distintas reglas.
El problema no está en si los personajes son de una manera o de otra, si sus ideales son legítimos o no, si están dispuestos a romper las reglas para conseguir sus fines. Si se plantearan estos límites, en las ficciones de cadenas públicas no podríamos tener asesinos, ni ladrones, ni violadores, ni estafadores, por mucho que en el final feliz quedara la moraleja de que son castigados o redimidos. El problema está fuera de la ficción, en los informativos, en los debates, en los reportajes, en todos esos otros formatos que políticos y afines se han esforzado por destrozar con un mal entendido sentido de la propiedad de lo público y ahí es dónde deberíamos poner nuestro foco y esfuerzos. Todo lo demás es entretenimiento.