Que Las Campos se haya convertido en el evento televisivo del verano, con todas las letras, no es un mérito de este docu-reality, sino más bien una crítica a lo poco que las cadenas se han trabajado la parrilla este mes de Agosto. Pese a todo, debemos aplaudir a Telecinco por saber aprovechar precisamente este pasotismo generalizado para hacer un evento del que todo el mundo habla, tanto si lo ha visto como si no, tanto si es fan de las Campos, como si las detesta o simplemente le resultan indiferentes. Lo hemos dicho muchas veces, pero no me cansaré de repetirlo, con todos sus defectos, la visión del entretenimiento que tiene Telecinco a la hora de hacer televisión es de un valor incalculable y esta es solo una prueba más.
Llama la atención en este caso que lo que en un principio parecía iba a ser un formato destinado a conocer la vida de María Teresa Campos y su hija Terelu, su día a día más o menos maquillado, ha terminado por convertirse en una especie de programa de autoayuda destinado a tratar los problemas de Terelu con el sobrepeso, haciéndola a ella protagonista absoluta de esta primera entrega y dejando a su muy conocida madre como secundaria de lujo (solo la decoración de su magnífica mansión le hacía sombra por momentos).
No sé en qué momento de la postproducción del programa se optó por editarlo de esta manera y hacer de las dietas y el peso el hilo conductor de este episodio y no sé de qué manera editarán el segundo para que tenga algún sentido narrativo, si es que esta idea está en los planes. En cualquier caso, lo que en un principio parecía abrir el debate sobre lo absurdo de juzgar a las mujeres por su peso y los problemas profesionales que esto puede acarrear, especialmente cuando trabajas de cara al público, termino siendo una sucesión de imágenes de Terelu comiendo, Terelu pensando en comer, Terelu con la boca llena, que no tengo muy claro si ayudaban a superar los complejos y prejuicios o ahondaban más en ellos.
Por lo que respecta a este paseo por la vida de las Campos al que asistíamos, está claro que el público objetivo de este programa, y algunos de sus allegados, disfrutarían viendo las casas de las presentadoras como toda la vida se ha disfrutado con estas cosas: escudriñando, criticando cada rincón, anotando para copiar, de la misma manera que observaban con atención ese trato al servicio que parecía sacado de una telenovela. Material televisivo de primera.
Eso sí, la naturalidad brillaba por su ausencia, empezando por las constantes miradas y comentarios a cámara y terminado con esas comidas y cenas cargadas de personajes famosos de cuya conversación se desprendía que, ni se conocían entre sí, ni habían estado en la casa anteriormente. Si tomamos como referencia un programa similar como el de Alaska y Mario, aquí no cabía duda de que los constantes ir y venir de invitados eran frecuentes y que los corrillos que se formaban son así tanto con cámaras como sin ellos.
Con sus defectos y sus virtudes, el programa de las Campos es un ejemplo de saber hacer televisivo que va a alimentar la parrilla de Telecinco para el resto del verano, y con unas audiencias nada desdeñables.