No, no es casualidad que hoy escriba de Doctor Foster al mismo tiempo que lo hace Alberto en su columna de El Mundo, es que ha sido precisamente él con sus comentarios, casi aterradores, sobre esta serie lo que me ha llevado a verla, a consumirla de un tirón en menos de 24 horas (son solo cinco episodios).
Decía Alberto que era una serie muy loca sobre la infidelidad y que haría temblar los cimientos de cualquier matrimonio y ha sido en sus comentarios y en mi reacción al verla cuando he pensado que igual yo estoy más loca de lo que creo, porque nada de lo que hace la protagonista de la serie me parece exagerado ni anormal, al contrario, me parece perfectamente lógico cuando sufres una bofetada de realidad como la que ella recibe, ya en el primer episodio, al comprobar que su marido le está siendo infiel. Sí, va a ser que yo también, en una situación como la de ella, podría encontrarme siendo «la loca de las tijeras».
Sí es cierto que las reacciones de Gemma Foster son algo exageradas en algunos momentos, especialmente en comparación con otros, en los que es capaz de ser perfectamente fría y calculadora, pero me resulta mucho más natural esta forma de comportarse que la de la hasta ahora «cornuda» televisiva por excelencia, una Alicia Florrick impertérrita, a la que todo parece darle igual, incapaz de sentir. He sido siempre muy fan de la serie, pero desde luego nunca logré empatizar con la manera en que su protagonista lidiaba con su marido y la manera en que todo lo hacía por él, anteponiendo su propia felicidad a la imagen idílica de matrimonio que pretendían proyectar.
Quizá sea por esto por lo que la desmedida respuesta de los últimos episodios de Doctor Foster me parezca tan creíble y natural. No se trata de una mujer celosa hasta el extremo que rebusca por todas partes las pruebas de una infidelidad, sino de una mujer absolutamente confiada que de pronto descubre, con pruebas más que evidentes, que su esposo es un mentiroso compulsivo. Ella quiere perdonarle y es capaz de cualquier cosa por seguir en ese matrimonio, dudo si por amor, por su hijo, por no perder su estabilidad económica o por no echar por tierra la imagen idílica de familia que aún conserva, pero el caso es que ella está dispuesta a cerrar los ojos y olvidar. No le preocupa la infidelidad como tal, el sexo con otra mujer, las mentiras del día a día, lo que no puede soportar es la pérdida de confianza en la persona con la que se casó, esa que le prometió amor eterno y sobre todo seguridad, esa a la que pone frente a sus mentiras una y otra vez, con el corazón abierto, dispuesta a empezar de cero y que le vuelve a dar una bofetada con su negación y su mentira, ese es el dolor de Gemma y eso es lo que hace que se vuelva completamente loca. Yo la entiendo.
Consideraciones personales aparte, este es otro ejemplo más de cómo las series británicas se benefician de la libertad para hacer productos de ficción de cualquier duración, ya sean tres episodios, cinco, diez o los que crean más adecuados para contar la historia que se quiere contar. Una forma de producir que aquí en España no hemos probado casi nunca y que redunda sin ningún tipo de duda en la calidad de las ficciones. Las cadenas podrían atreverse de una vez.