Hace unos días me invitaban a la presentación de lo nuevo de Flooxer, una muestra de series originales para esta plataforma online de Atresmedia que pretende ofrecer un espacio alternativo a un tipo de ficción que no encuentra su sitio en la televisión tradicional. Antes de la presentación, me hablaban de Paquita Salas como un producto que podría encajar con mis gustos y es por eso que al recibir hoy una muestra de las series que no pude ver en ese estreno, me he ido directa a su primer episodio, con el escepticismo de quién todavía no ha logrado seguir entera ninguna webserie, no sé si por falta de costumbre a la hora de buscar entretenimiento por esta vía o por no haber encontrado aún un producto que realmente me enganche como para buscarlo episodio tras episodio.
Y no estaban equivocados. El caso de Paquita Salas podría ser por fin uno que me llegara, pues reúne una serie de elementos que definitivamente son los que busco en un producto televisivo, en este caso, la capacidad para emocionar de forma sencilla, la comedia que no es de carcajada y, sobre todo, la referencia permanente a cosas que conozco bien, como las distintas series de televisión de Atresmedia, actores, directores y otros personajes muy conocidos del mundo del cine y la televisión. Para alguien tan conectado a esta industria y su actualidad como yo, o como cualquiera que consuma activamente entretenimiento nacional, esta serie es una ventanita abierta al mundo que desde hace años es mi principal objeto de seguimiento y como tal, me interesa.
La historia de Paquita es la de una pequeña oficina de representación de artistas, un punto de partida tan sencillo como lucido si tienes a mano a todos los actores que forman parte del universo Atesmedia y que te permite compaginar a unos protagonistas noveles o poco conocidos con las caras más populares del panorama audiovisual español quienes, con diálogos o no, van apareciendo en pantalla y dotando a la serie de una calidad percibida que otras series online no pueden permitirse. Muchos de estos actores además se interpretan a sí mismos, con sentido del humor y capacidad de autocrítica, como en el caso de una casi desaparecida Lidia San José, o con una trama de ficción impregnada de su rutilante presencia, como el caso de Macarena García, principal protagonista de este primer episodio, aunque apenas salga unos pocos minutos al final.
El lujo de tener a estos actores de primera fila o conocidos ya por otras series del grupo, convive con la cotidianidad de una realización y un montaje propios de trabajos más amateurs o alternativos, forzada en este caso, porque es evidente que ninguna de las imperfecciones que vemos es fruto de un no saber hacer, pero aportando al conjunto una sensación de cercanía propia de las webseries y con unos códigos que empatizan más fácilmente con un determinado público. Que tampoco se tengan miramientos a la hora de mencionar marcas en el contexto de la conversación, añade un punto de naturalidad a los diálogos que también hace mucho más cercana la historia y hace sonreír al espectador, que se identifica rápidamente con los problemas y soluciones del día a día de cualquier persona normal. Una diferencia importante con las series de televisión tradicional, que siempre parecen desarrollarse en un cierto limbo en el que la gente no utiliza las aplicaciones o productos que todos conocemos, donde no se va de compras o no se comen cosas con marca. Es en estos momentos de la serie donde nos damos cuenta realmente de lo artificial que resultan a menudo las ambientaciones de las grandes producciones, de cómo nos hemos acostumbrado a ello, de cómo son estos otros productos los que nos devuelven a una realidad que ha sido abandonada por un mero hecho comercial, por una cuestión económica que ha expulsado de las cámaras toda etiqueta o costumbre que no pague por su presencia frente a ellas.
No recuerdo cuando fue la última vez que una comedia de media hora tuvo un hueco en la parrilla de televisión, mucho menos, cuándo tuvo unos resultados exitosos, pero deben haber pasado años y creo que pasarán muchos más, o nunca volverán. La estrategia de programación de las cadenas, los costes de producción, la necesidad de rentabilizar rápido las series, han expulsado de la parrilla un producto que en EE.UU, por ejemplo, está igual de vivo que los grandes dramas de una hora y solo en internet encontramos apuestas por un formato tan propio de la televisión como la sit-com. No parece que las cadenas estén dispuestas a reeducar al público en este concepto, pero al menos hay quién apuesta por trasladarlo a otra ventana donde sí podría tener un cierto futuro, donde de hecho ha estado bullendo durante años ya una pequeña nueva industria que, también por motivos económicos, no produce formatos largos. No sé cómo se articula este movimiento en términos económicos, pero sí me gustaría pensar que hay hueco para otro tipo de televisión, para otros creadores, para otra manera de hacer las cosas que no busca necesariamente los grandes datos y Paquita Salas es una apuesta en este sentido. No es la primera, ni quizá sea la mejor, pero es la que yo he visto y no quería dejar de contarlo.