No pude ver la primera entrega de Quiero Gobernar dedicada a Pablo Iglesias (por cierto, omnipresente en estos últimos días en todas las televisiones cual Cristina Pedroche de la política) pero sí me asomé a la edición de ayer con Albert Rivera. Tenía entendido que se trataba de un formato de 30 minutos, por eso lo primero que me sorprendió fue la duración de un programa que, no solo por este motivo, se me hizo bastante largo.
Sabido es entre quienes me conocéis que lo de los niños en televisión es algo que llevo bastante mal. Me pueden hacer gracia un ratito y puedo reconocer su talento, pero me resultan cansinos y cargantes cuando ha pasado un rato y no puedo evitar horrorizarme ante la idea de tener en casa uno de estos mini adultos redichos y atorrantes. Es el caso de la estrella del programa, un mini Pablo el primer día, mini Albert ayer, que funciona perfectamente como réplica a los candidatos, con su desparpajo y capacidad para hablar como un adulto, un descubrimiento que seguro terminará haciendo alguna colaboración más en la cadena, y debería, pero que tiene que ser una pesadilla en casa, forjadora de admiración y paciencia a partes iguales.
La presencia de niños en plató entrevistando a mayores desde su particular punto de vista no es algo nuevo, de hecho es un gran éxito en Andalucía con Menuda Noche, como lo fue en su momento con el programa de Javier Sardá y sus gallifantes. Enfrentar la inocencia de los más pequeños a la siempre impostada personalidad de unos aspirantes a gobernar es, de entrada, una gran idea que, sin embargo, choca con alguna realidades incontestables, como la influencia de los padres en la percepción de la realidad de unos niños tan pequeños o la evidente dificultad para conseguir que todo lo que dicen todo el rato sea ocurrente.
Sufre el programa de un intento claro de primar la naturalidad de los críos por encima de todo y televisivamente no termina de funcionar precisamente por esto, convirtiéndose en algo a veces atropellado, otras directamente insulso, a veces salpicado de la ternura de una pequeña de seis años que de la crisis solo entiende que «en su casa hay mucha», sea lo que sea que es eso de la crisis, pero en conjunto bastante pueril.
Si la idea que se esconde detrás de la utilización de niños para entrevistar a políticos es sacar a estos de su habitual retórica vacía, la idea no termina de cuajar y al final el discurso no ahonda en los problemas verdaderamente importantes ni en la propuesta de soluciones, limitándose a ser una mera anécdota. Salvo que alguno de los candidatos metiera la pata estrepitosamente, dudo que el programa llegue a ser nada más que una mera anécdota en medio de una tediosa campaña electoral.
Muy buena idea, pero creo que un día equivocado. Buscábamos el humor de «La que se Avecina» y nos encontramos a los políticos entrevistando a los niños.