Hace unos días la Unión Europea proponía acabar con las restricciones fronterizas de los derechos de explotación de las obras audiovisuales, algo que los espectadores llevan pidiendo largo tiempo, algo que los espectadores más avezados llevan saltándose ya mucho tiempo. Para la Unión Europea, el hecho de que un usuario pueda cruzar libremente las fronteras entre países pero no así los contenidos que lleva en sus dispositivos resulta, cuando menos, algo retrógrado y abogan por suprimir estas fronteras. Así, del mismo modo que puedes llevarte tu DVD de Perdidos en la maleta y nadie te lo incauta en la frontera, podrás ver una serie que solo esté disponible en Amazon UK si sales de la isla.
Es, sin duda, algo que a los más habituales consumidores de contenidos en streaming nos resulta perfectamente lógico, algo que estamos seguros desde hace años que es solo cuestión de tiempo resolver, pues no se sostiene con las formas de consumo y la movilidad geográfica de las personas del S.XXI. Es tan lógico como en su momento lo fue el estreno en distintos territorios de series y películas, algo que se presumía mucho más difícil por el tiempo necesario para doblarlas o, como mínimo, subtitularlas y que se ha demostrado factible en estrenos al día siguiente de su emisión en su país de origen e incluso en la complicada circunstancia de hacerlo al mismo tiempo y hora, como ocurre con el fenómeno Juego de Tronos.
Llegados a este punto, parece lógico pensar que el siguiente paso sea en la distribución online y que no debamos ver más esos cansinos mensajes de «este contenido no está disponible en su región» o lo que es peor, cruzar la frontera del país donde pagas tu cuota de Netflix y encontrarte con que algunas de las series que consumes no pueden ser vistas en ese territorio y has de esperar a tu regreso para continuar viéndolas.
La lógica en estos casos me resulta personalmente aplastante, por eso me sorprende encontrarme con la noticia de que hay quienes abogan por no permitir esta libre circulación de contenidos al considerar que supondrían unas terribles pérdidas económicas, todo ello apoyado en un estudio presentado esta semana en Cannes. Según dicho estudio, la restricción al acceso de contenidos es primordial a la hora de seguir produciendo y su eliminación por razón de lógica elemental, adecuando la libre circulación de estos a la de quienes han pagado por ellos y ya circulan libremente por Europa solo servirá para acabar con la cultura. Así, afirman:
- Se producirían hasta un 48 % menos de contenidos en las televisiones locales y se disminuiría un 37 % la producción local de películas. Asimismo, se dejarían de producir contenidos menos rentables y que supusieran más riesgos
- Todos los tipos de contenidos –producciones internacionales, europeas y locales independientes– se verían negativamente afectados, lo que supondría una amenaza para la diversidad cultural
- Debido a la reducción de los valores de producción, el contenido podría verse impactado en términos de calidad
- El público tendría que afrontar precios más altos o perderían el acceso a los contenidos de los que disfrutan actualmente
De dónde se extraen estas conclusiones es algo que me deja literalmente perpleja, pues no puedo entender en qué puede afectar este libre acceso, entendiendo libre como la posibilidad de comprarlo y verlo desde cualquier país de la unión, a la producción, explotación o cualquier otra cosa acabada en -on, más allá de la idea, que podría ser la que sustenta económicamente este estudio, de que los consumidores de determinados contenidos van a comprarlos dos veces si traspasan la frontera de un país o, quizá, que no pudiendo ver un determinado producto, vayan a comprar otro en sustitución de este y siempre uno local, independiente y, por supuesto, más barato.
¿Alguien me explica estas cuentas de la vieja? ¿Alguien me dice en qué favorece a la cultura europea, como concepto general, el hecho de que algunos contenidos no puedan salir de sus fronteras? Porque yo siempre he pensado que la idea era precisamente la contraria, pero ¡qué sé yo!