(OJO: SPOILERS SOBRE EL FINAL DE THE GOOD WIFE)
Qué mal se pasa cuando termina una serie tan importante como The Good Wife y tienes que pasar un par de días esquivando spoilers y casi sin acercarte a ningún medio de comunicación, por miedo a que te estropeen esa maravillosa sensación de enfrentarte al final de una historia que te ha acompañado durante años y cuyo desenlace desconoces por completo. Por fin, anoche pude ver este final y ya soy de nuevo una persona social e involucrada en medios y redes sociales.
Antes de entrar en el final en sí mismo, no puedo evitar comentar lo huérfana que me siento en este momento con la desaparición de esta serie que, con sus inevitables altibajos, llevaba años siendo la que podía calificar como «mi serie favorita», algo extraño en mí, que encuentro cosas en distintas series que las hacen importantes, pero que me cuesta decidir entre todas aquella que de verdad destaca, casi como elegir a cual de tus hijos quieres más. Con The Good Wife no tenía duda, era mi preferida, con diferencia. Y no solo por sus peculiares personajes, por sus fabulosos secundarios y aún mejores recurrentes,también por las relaciones que establecía entre ellos, los arcos argumentales que construían y, muy especialmente, por su capacidad de adelantarse a la realidad con algunos de los casos que trataban, una capacidad imposible de admirar de otro modo que no sea habiendo visto la serie en tiempo real.
En estos momentos en los que tan importante es el cambio de hábitos de consumo, en que las series pueden verse completas con atracones de fin de semana o poco a poco, semanas después de su estreno, The Good Wife tenía una característica que la hacía especialmente brillante en eso que hoy en día está tan poco valorado, la importancia de verla semana a semana para maravillarse días después, semanas después, con su capacidad para traer a los tribunales casos se convierten en conflictos reales, muchos de ellos relacionados con todos los cambios que la tecnología ha traído al panorama empresarial y social. Durante años he afirmado que The Good Wife era, no solo mi favorita, sino también la mejor serie del momento, precisamente por detalles que como este. Uno puede ver la serie en cualquier momento y seguirá siendo un gran producto televisivo, pero nunca podrá experimentar esa sensación de ver conflictos adelantados a su tiempo si no la ha visto en el momento en que se estrenó. Si no la viste en el día a día, ya no te encontrarás frente a un informativo sorprendida ante una noticia y pensando «eso ya lo he visto yo en The Good Wife«. Y esa era una de sus principales grandezas.
Como mujer, no puedo evitar que la serie me haya enganchado también por sus potentísimos personajes femeninos, desde la propia protagonista, esa Alicia Florrick, esposa y madre fiel, que debe reconstruir su vida cuando se da cuenta de que las renuncias personales y profesionales que ha hecho durante años no le han traído nada bueno, a la fabulosa Diane, posiblemente el mejor personaje de toda la serie, pasando por la enigmática Kalinda o su difícil sustituta, una Luca que ha estado muy a la altura del espacio que debía llenar. Maravillosas las suegras, las abogadas, las fiscales, pero también ellos, que han mostrado un abanico de personalidades perfectamente construidas, haciéndonos pasar por distintas etapas de amor y odio, hundiéndonos en la miseria cuando acabaron con la vida de Will, de la que pensamos que nunca nos recuperaríamos, trayendo a un increíble Jason para ocupar su lugar, más en nuestros corazones que en el de la propia Alicia, que peca de indecisa una vez más y termina por perderlo. Nosotros nunca lo hubiéramos permitido.
Y es aquí donde el final resulta especialmente doloroso, especialmente frustrante, cuando vemos como todo se resuelve de forma bastante satisfactoria para Peter, con esa asunción de culpabilidad que le permite librarse de la cárcel y a su mujer librarse de él, ese desenlace que le deja el camino libre para divorciarse y librarse de las ataduras que le impiden arrancar de una vez esa nueva vida que, ahora sí, sin hijos de los que cuidar, le ofrece una libertad que nunca tuvo, que quizá nunca quiso. Es aquí donde Alicia vuelve a equivocarse, a no encontrar el tiempo adecuado para hacer las cosas, a llegar tarde y condenarse a estar sola otra vez, a perder a alguien con quién podría ser feliz por no atreverse a dar el paso, por esa obsesión con seguir siendo la amante esposa que está al lado de su marido cuando él la necesita, en lo que podría ser una dura crítica a todas esas mujeres que aún creen que deben renunciar a todo por sus maridos, por dejarlos en la mejor posición posible incluso cuando ya les han dicho que no quieren seguir con ellos. Muy cruel con la protagonista de esta historia, pero quizá muy merecido, como una bofetada de atención a quién ya por segunda vez pierde la oportunidad de ser feliz o, como mínimo, de intentarlo y disfrutar del camino.
Para bofetada merecida la de la última escena, la que Diane le pega a la propia Alicia por anteponer todo a la salvación de Peter en el juicio, incluida la dignidad de su marido y de su propio matrimonio, el más bonito y envidiable de estos siete años de serie, el más atípico y el más reivindicativo también, el que mostraba a una mujer de éxito y poderosa que no cede en su carrera por miedo a hacer de menos a su marido, un maravilloso ser humano que, escondido tras la figura de un malvado defensor de las armas, resulta ser generoso y honesto, el marido perfecto… hasta que en el último momento nos ponen en duda su honestidad y su fidelidad, algo que nunca le perdonaremos a Alicia y por eso compartimos esa bofetada rabiosa que le da Diane.
Cuando anoche terminé de ver el episodio, me quedé con muy mal sabor de boca, me sentía incómoda, disgustada, no era este el final que yo quería. Hoy, pasadas las horas y con la perspectiva de lo que han sido estos años de historia, me doy de cuenta de que al menos este final ha sido coherente y de que yo en realidad nunca fui fan de Alicia, sino una entregada al #TeamDiane