El ministerio del tiempo está en peligro, o eso parece a la vista de los resultados de audiencia de las dos últimas semanas, citas en las que se ha encontrado con que la competencia ha subido el nivel de su oferta, con una ficción como La Embajada, de Antena3, muy atractiva para un público bastante amplio y muy asentado en la cadena, y la irrupción de Bertín Osborne en Telecinco, que parecía no haber llegado pisando muy fuerte, pero que esta semana ha demostrado que, con el invitado adecuado a la cadena, puede hacer mucho daño a sus rivales.
Si a esto sumamos el desastre estratégico que ha supuesto la interrupción en la emisión de la temporada, descolocando a la audiencia fiel al Ministerio y que ha permitido a sus rivales acomodarse, tenemos el caldo perfecto para cultivar una espiral de negatividad en torno a la posible renovación de la ficción, encabezada por su propio creador, un Javier Olivares que no debería tirar la toalla tan pronto, sino animar a su público a seguir donde siempre han estado, apoyando el producto desde todas las opciones que se le ofrecen, que son hoy en día muchas más de las que nunca tuvo un programa de televisión.
Hasta ahora, la única manera de que un producto tuviera continuidad en la parrilla era conseguir una audiencia rentable, en términos estrictamente económicos o cualquier otro que la cadena considerara adecuado evaluar. El principal inconveniente de esta medición es que las audiencias son como son, una mera estadística basada en un reducido grupo de televidentes que, entre otras cosas, hacen imposible la implicación de los fans a la hora de hacer fuerza para la renovación del programa. Esa sensación de impotencia que produce en cualquier espectador la certeza de que puede sentarse semana tras semana frente al televisor y aplaudir con fuerza un programa, pero que no servirá de nada si no tiene el dichoso audímetro, o al revés, que de nada servirá apagar la televisión en protesta por algo, pues nadie se enterará de que lo ha hecho si no tiene el cacharito del averno, ese que rige los destinos de todos los programas de televisión. Espectadores ninguneados hasta la saciedad, inexistentes, transparentes… Una imagen del pasado que hoy en día ha cambiado mucho, aunque ser conscientes de este nuevo poder que tenemos sea un proceso de concienciación largo, tanto para quienes lo ejercemos, como para quienes deben mirar sus resultados, nada desdeñables.
Y es que hoy en día quién no tiene un audímetro ya puede gritar, protestar, aplaudir, apoyar, enfervorizarse públicamente y arrastrar a otros a hacerlo, demostrar que quiere un producto y lo quiere todas las semanas. Puede hacerlo a través de las redes sociales, en el momento de la emisión en directo del programa, conversando con otros espectadores, haciendo grande lo que en otros datos puede aparecer como un dato chiquitito, haciendo ver cómo de importante es una producción, cuánto mueve, cuánto gusta, qué percepción de la calidad provoca. En el caso concreto de El ministerio del tiempo, no puedo creer que no se tenga en cuenta el tipo de conversación que genera en las redes, con comentarios sobre elementos históricos y culturales que enriquecen el producto y el mensaje en general, que pueden ser inferiores en número a los de otros programas, pero que dejan absolutamente en ridículo a estos cuando se leen, demostrando la capacidad que la televisión tiene para enriquecer a los espectadores por medio del entretenimiento y la ficción.
Pero no es solo lo que la gente escribe, comenta, lo que hablan sobre algunas series, es también la capacidad que hoy en día tenemos para ser todos y cada uno de nosotros un pequeño audímetro en potencia, no olvidando que, además de la televisión en directo, tenemos la opción de ver los programas en las webs de las cadenas. Debemos ser conscientes de que, si tanto valoramos un producto, incluso si no tenemos tiempo de verlo, si alguna vez nos lo saltamos o si queremos recomendarlo, nada mejor que recurrir a su opción oficial online y disfrutar de ese contenido que, esta vez sí, se contabiliza perfectamente, suma un punto y queda registrado que te interesa. Una opción que puede resultar paradójica, derivando público del directo a la red y mermando los datos que se consiguen en las temidas audiencias diarias, unos datos que cada vez más deberían ser tenidos en cuenta no como un mantra, sino como un elemento más a añadir a una importante suma de otros datos que conforman el verdadero interés de los espectadores por un programa.
Durante años hemos aceptado que los audímetros eran imperfectos pero eran la mejor manera, casi la única, de hacernos una idea aproximada de lo que la gente quería. Hoy esta imperfección queda pulida por numerosos complementos, que no deben ser utilizados únicamente para hacer ocasionales notas de prensa o sacar titulares lustrosos, sino para sumar a la estadística y medir cuantitativa, pero también cualitativamente, eso que llamamos audiencia, sobre todo, si eres la televisión pública y has encontrado un formato que, engalanado como una ficción de aventuras y cierto grado de ciencia-ficción, es un vehículo de inmersión histórica y cultural tan fabuloso como El ministerio del tiempo. Yo no pienso tirar la toalla aún.
Hay otro problema: la falta de encaje ante críticas completamente educadas y razonadas y la antipatía con muchos seguidores de la serie que ha mostrado Javier Olivares en redes sociales. Con eso no le ha hecho ningún favor a su producto.