Yo soy de las que ayer no pensaba ver la entrevista de Jordi Évole a Otegui, no porque compartiera la posición de quienes acusaban a periodista y cadena de cometer una tropelía dando voz en el prime-time a quién durante años ha sido parte de una banda criminal, sino por el mero hecho de que me resulta desagradable ver a ciertos personajes hablando en televisión como si no hubieran roto un plato, como si fueran ellos las víctimas. Pese a todo, por el mero hecho de que una cosa me resulte incómoda a mí, no creo que deba ser prohibida, ni que haya de ser afeada la conducta de quién la pone en antena, siempre y cuando se cumplan unos mínimos de decencia que creo que ayer demostraron estar más que presentes.
Y es que la entrevista de Évole, que ayer seguí de algún modo a través de las reacciones en Twitter y que esta mañana he podido ver a modo de resumen en Espejo Público, ha demostrado ser uno de los mejores mecanismos para retratar al personaje, para que, lejos de hacerle una víctima, que sería el riesgo a correr si lo vetamos en televisión y muy lejos de hacerle un héroe, le han puesto frente a sus contradicciones, frente a sus principios, a su forma de pensar y justificar lo injustificable. Si alguien pensaba que tras su paso por la cárcel este señor se arrepentía de algo, que iba a condenar los crímenes cometidos por ETA o que se había convertido en el Dalai Lama del País Vasco, la certera entrevista de un sosegado Évole demostró que poco ha cambiado en la forma de pensar de un Otegui que solo renuncia a las armas porque ha descubierto que consigue mejor sus objetivos sin ellas, no porque lo de matar le parezca un crimen injustificable.
Aunque sean incómodas, aunque resulten dolorosas, aunque pueda parecer que algunas entrevistas nunca deberían hacerse porque sus protagonistas están mejor callados, ignorados, creo que no podemos negar que en su aparente tranquilidad, en su impostada serenidad, hemos visto al personaje tal como debía ser visto, tal como es y, en circunstancias como esta, no se me ocurre mejor manera de retratarlo… ni una más difícil.