(OJO: Spoilers sobre la historia que se cuenta en este documental y los detalles que la hacen impactante)
Hace un par de días que terminé de ver Making a murderer y aún estoy en shock, aún estoy con mal cuerpo, con una extraña sensación que me hace pensar en ese pobre hombre allí metido, toda la vida en la cárcel, primero por una violación que no cometió, luego por un crimen que de ninguna de las manera ha podido ser probado que cometiera. No me lo quito de la cabeza.
Cuando empecé a ver Making a murderer no sabía a qué me enfrentaba. De hecho, estaba muy confundida con la historia, pues pensaba que se trataba de alguien que había pasado 18 años de su vida en la cárcel por error y que ahora, fuera de la prisión, protagonizaba esta historia de diez entregas producida por Netflix. Cuando la polémica generada por la emisión de la serie hablaba de la necesidad de reformar el sistema judicial norteamericano, siempre pensé que se referían a las garantías necesarias para asegurar de que esto no pudiera pasar nunca más, que nadie pudiera verse en este drama, el primero que vive Avery.
Me equivocaba, eso era solo el principio y yo me había quedado en lo superficial. Es más, episodio tras episodio, sin querer saber nada más que lo allí me estaban contando, he vivido la sucesión de hechos con estupor, con incredulidad, pero con cierta sensación de que al final todo se resolvería, que tendríamos un final justo. Y también aquí erré.
Un brutal crimen que no deja rastros de sangre, una llave sospechosa que aparece donde nunca estuvo antes y que no lleva ADN alguno de su dueña, la manipulación de un buzón de voz que nunca se investiga, la ausencia absoluta de rastro alguno de ADN o violencia en el lugar en el que supuestamente se violó a la víctima y, muy especialmente, ese cómplice al que se manipula de forma permanente, llegando incluso a desvelarle detalles claves de la investigación. No es necesario ser un experto en asuntos legales o policiales, basta con haber visto un par de procedimentales para reconocer con absoluta claridad todas las irregularidades que este segundo caso tiene, inconsistencias que deberían haber sido suficientes para declarar inocente o, como mínimo, de culpabilidad no probada, a Steven Avery y que, sin embargo, acaban por ser ignorados por un juez que además le califica como el criminal más despiadado y peligroso que jamás haya pisado su sala.
La historia en sí misma ya es suficientemente potente, increíble si fuera un guión de ficción, pero tristemente real, pero es que además, está sumamente bien contada, con una edición impecable, con una creación de tensión solo superada por la realidad y con la suerte de contar con documentos en vídeo de casi todo lo que se cuenta. El espectador se angustia con Steven, con sus padres, con esa sensación de que no llegarán a ver a su hijo libre jamás y se sorprende con las características físicas y de personalidad de algunos de los «malos» de la película, que parecen configurados por el mejor de los guionistas.
Making a murderer tiene muchas cosas en común con The Jinx, aquella otra serie documental que fascinó el año pasado y que trataba también la historia real de un acusado de asesinato, muy distinta en este caso, pero contada igualmente bien, con la misma maestría en la dosificación de la información y que, enfrentada ahora a esta otra historia, la mucho más sangrante.
Aparte de la calidad de esta serie como trabajo audiovisual, lo que es importante también es destacar el momento en que llega a la pantalla, apenas unas semanas antes de una nueva solicitud de revisión del caso, basada en nuevas pruebas forenses realizadas, entre otras cosas, con el famoso luminol (gracias CSI por tanta cultura forense). Esto no es casualidad pero, incluso si lo fuera, la sola puesta en marcha de la producción y la manera en que se ha contado la historia están claramente dirigidas a exculpar a Avery. Es evidente que los responsables de la serie tienen claro que todo esto ha sido una injusticia y nos conducen a pensar en ello con la manera en que presentan las pruebas y los personajes. Aunque todo lo que muestren sea real, hay una intención en la manera en la que está editado y una sencilla búsqueda en internet arroja un montón de noticias pertubadoras alrededor de la historia de los Avery. Pese a todo, la realidad es que las pruebas presentadas y admitidas son tan débiles, que asusta pensar que alguien pueda pasar por esto dos veces en su vida no siendo culpable y, al mismo tiempo, es interesante ver qué papel puede jugar la televisión en estos casos (en cierto modo, me ha recordado a la puesta en primer plano del accidente del metro de Valencia tras la emisión de aquel Salvados).
Durante días, el público norteamericano, sorprendido por la historia, ha pedido una reforma del sistema que impida que esto pueda pasar otra vez, pero lo más triste de todo, lo que más en shock me deja, es que no veo qué parte del sistema puede corregirse, modificarse, reforzarse, para evitar que unos policías malintencionados engañen a sus propios compañeros y fabriquen pruebas para inculpar a un inocente, que un juez no desestime pruebas que nadie sabe cómo han aparecido allí y que no tienen sentido pero, sobre todo, que nueve de doce jueces que inicialmente no han sido convencidos en el juicio de que esa persona sea culpable, más allá de la duda razonable, terminen por declararle culpable tras cuatro días de deliberación.
Y si vamos más allá aún, la pregunta más inquietante de todas es ¿Quién mató realmente a Teresa Halbach? Porque si Avery es inocente, ese tipo sigue ahí fuera… y a mí su hermano no me gusta un pelo… «Calls for speculation, Mrs. Alosete»…
Corrección:
«que nueve de doce jueces que inicialmente no han sido convencidos..»
Jueces no jurado 😉
Y si, estremecedor todo el documental, asi como los diferentes estamentos que cubren la primera resolución.