Impresionante el despliegue televisivo de Atresmedia anoche en un debate que fue calificado de decisivo pero que, en realidad, no era más que un debate inédito, que quedó además algo descafeinado por la ausencia del principal candidato a la presidencia, arrebatándole a la cadena la posibilidad de alzarse con el honorífico título de haber reunido por primera vez a los cuatro «titulares». Si efectivamente el bipartidismo desaparece y nos encontramos ante esta situación más a menudo, que nadie olvide este detalle, cualquier cadena que no pertenezca al grupo Atresmedia (o ellos mismos si conviene) que en un futuro logre reunir a los cuatro (o más) candidatos en un debate, siempre aprovecharán para minimizar este encuentro y recordarnos que Soraya no era la candidata y que realmente esto hizo historia, pero poca (tiempo al tiempo).
Pese a todo, el bombo y platillo dado al debate durante días no pasó desapercibido en el espíritu de los espectadores, que estábamos dispuestos a dejarlo todo por sentarnos a verlo como si de las uvas de fin de año se tratara, aunque la puesta en escena previa al acontecimiento se pareciera más a la del Festival de Eurovisión o la final de La ruleta de la suerte, si es que esto ha existido alguna vez. La patética imagen de los seguidores de cada partido en plan fanáticos enfervorecidos, animados por un Albert Castrillón a medio camino entre animador de público y el Torrebruno de los 80, hacía de algo inicialmente serio, una patochada algo vergonzante, que solo resultó ser el preludio de un debate aburrido y sin emoción.
En medio de un espectacular plató al que Vicente Vallés y Ana Pastor accedieron con aire de presentadores de variedades (por un momento pensé que se escucharía la voz en off de José Luis Moreno) daba comienzo un debate cuya principal novedad fue la intención de desencorsetarlo del reloj, permitiendo las interrupciones y dejando a un lado el cronómetro. Mejoró notablemente la dinámica de los mensajes, pero en un tiempo televisivo en el que estamos tan acostumbrados a la interrupción casi maleducada, le faltó más ritmo y naturalidad, más descaro.
La habitual capacidad de Ana Pastor para sacar de sus casillas a espectadores e invitados a su programa con preguntas y repreguntas, con datos que no se sostienen o reproches ante la falta de respuestas claras no se dejó ver y, aunque parece evidente que no era el formato ni el momento, la excesiva educación con que unos y otros pedían el turno de réplica no terminó de dar como resultado un evento televisivamente bueno. Es aquí precisamente donde eché en falta un recurso que, estando presente, no se utilizó suficiente, el de la cámara de reacciones, permanentemente apuntada a cada uno de los candidatos para mostrar su disconformidad, incomodidad, asentimiento o enfurruñamiento con el candidato que tenía la palabra y que tenía casi más valor que el turno de palabra propio. Se utilizó, pero demasiado poco en mi opinión y demasiado sutilmente. Creo que la realización del programa tuvo miedo a no parecer suficientemente seria y desperdició la oportunidad de utilizar pantallas partidas al estilo Al Rojo Vivo, La Sexta Noche o El Chiringuito, que hubieran sido mucho más modernas y hubieran proporcionado mucha más información. Dado que hubo un momento en que vimos claramente que los candidatos tenían un monitor en el que veían la señal del programa, esto hubiera forzado aún más sus gestos y reacciones y el espectáculo televisivo se hubiera beneficiado notablemente. En una campaña en la que nos están acostumbrando a ver a los políticos cantar, bailar, recordar su juventud y comportarse como el resto de los mortales que son, verles de pronto de vuelta al clásico formato estirado y formal hizo que el conjunto se volviera anticuado y anquilosado.
No ayudó tampoco la idea de situarles de pie sin un punto de apoyo, algo destinado a leer su lenguaje corporal, como si el día de mañana fueran a gobernarnos con los pies o el toque de cadera, una decisión que en mi opinión solo consiguió dos cosas: por una parte, distraer al espectador con el incómodo movimiento de algunos y la percepción de que dos horas así no hay quién las aguante y por otra, la sensación de que nos encontrábamos ante un concurso de resistencia en el que lograba más puntos aquel que fuera capaz de estar en pie de forma más natural y cómoda durante los 120 minutos que duraba el debate y al mismo tiempo fuera capaz de articular sus pensamientos e ideas con convicción y naturalidad. Sinceramente, no veo que esto aporte nada a la política, a la calidad de sus candidatos o al propio espectador, más allá de las horas de televisión que se van a poder hacer con la lectura de lenguaje no verbal por parte de los expertos. Si a mí me ponen allí, aguanto de pie 10 minutos, pero tengo claro que mis ideas serán igual de buenas o de estúpidas de pie e incómoda que sentada. Es más, creo que hacerles sentir cómodos, físicamente hablando, hubiera sido mucho más rico en todos los sentidos y no hay más que comparar este debate con la charla de bar de Iglesias y Rivera en Salvados, que sin duda dio mucho más de si en todos los sentidos, precisamente por la comodidad que les proporcionaba la naturalidad del espacio y la situación.
Por último, hubo mucha crítica por parte de la audiencia al respecto de los temas que no se tocaron y es cierto que hubo muchos que ni se asomaron a la conversación, algo inevitable en un debate a cuatro en el que el tiempo que se dedica a cada tema es mucho mayor que en los cara a cara, por razones obvias, y donde los turnos de réplica hacen aún más extenso el tiempo que lleva explicar cada una de las posturas electorales. Un detalle que hizo al programa más lento de lo esperado y que solo con las interrupciones ocasionales de algunos lograba cobrar algo de chispa.
Un debate para la historia con mucha más televisión antes y después del verdadero debate que durante lo que debió ser un gran espectáculo y que, lamentablemente, se quedó en otro debate político más. Eso sí, la audiencia les ha quedado muy bonita, aunque también algo escasita respecto a los sondeos, que pronosticaban un share alrededor del 70% y que se ha quedado en un lejano 48,2% (eso sí, sobrepasando los 9 millones de espectadores).