¿Has oído hablar de la neutralidad de la red? Posiblemente sí, pues es un tema muy controvertido entre los expertos de internet y los más activistas defensores de los derechos de los internautas, pero quizá nunca te hayas planteado hasta qué punto algo tan aparentemente técnico puede llegar a afectar a la cultura y al desarrollo de los nuevos creadores, audiovisuales o no. Es algo que muchos damos por sentado que se entiende, tanto el concepto como las propias implicaciones empresariales y competitivas, pero no siempre es así y últimamente son muchos los que empiezan a quejarse del tema y más que lo van a hacer.
Como todo el mundo sabe, la conexión a internet proviene de una serie de infraestructuras puestas en marcha por empresas concretas, bien sean públicas o privadas, como puede pasar con el servicio de electricidad o la canalización del agua corriente o el gas. Una vez accesible a todo el mundo (o la mayoría), la conexión a internet en cada caso particular se comercializa a través de operadoras, con sus distintas tarifas, sus ofertas, sus servicios técnicos, sus procesos de facturación, del mismo modo que ocurre con los mencionados servicios de agua, luz, gas, etc
Hasta aquí todo más o menos normal, más o menos común con otros suministros habituales en el hogar y con un funcionamiento digamos transparente, en el sentido en el que, una vez decidido el volumen de datos que vamos a querer transportar por la infraestructura y contratada la capacidad para hacerlo, lo que estos datos contengan o de dónde provengan es indistinto, todos viajan a la misma velocidad, todos se muestran en los dispositivos de los clientes cuando estos los piden, por riguroso orden de llegada o en función de la capacidad de lanzarlos del propio proveedor de servicios. Así, la calidad y rapidez con que usuarios y empresas de contenidos y servicios se comunican a través de internet depende solo de lo que unos y otros tengan contratado, de cuánto valoren esa necesidad de flujo de información y cuánto estén dispuestos a gastar en ella, del mismo modo que contratamos mayor potencia de electricidad cuando sabemos que vamos a tener una demanda mayor o del mismo modo que la calidad del agua es la misma para todos los clientes de una misma ciudad que utilizan un mismo embalse. Esto es neutralidad de la red, eléctrica, de gas o de agua en cada caso.
Ahora, los proveedores de teléfono e internet también tienen televisiones o plataformas distribuidoras de televisión y eso puede complicar un poquito las cosas, o facilitarlas, claro, según qué tipo de cliente seas. Porque lo que puede ocurrir es que tú, que eres cliente de una determinada empresa de acceso a internet quieras, sin embargo, ver contenidos de televisión con otra diferente, porque es más barata, porque tiene una oferta mejor o simplemente porque te gusta repartir tu dinero ente varias empresas para no sentirte atado. En principio, no debería haber problema, pero resulta que sí lo hay porque, como tu proveedor de internet quiere que veas la tele con su compañía, el caminito por el que circulan los datos de la competencia es estrecho y pedregoso mientras que el de los suyos es una autopista de cinco carriles donde todo va como un tiro.
¿Y esto cómo afecta a la cultura? Pues de una forma tan sencilla y al mismo tiempo tan sibilina que es fácil no darse ni cuenta. Durante años las compañías discográficas, por poner un ejemplo muy trillado, han controlado lo que escuchábamos en radio, televisión y hasta en los locales de moda. Bastaba con firmar con una de las compañías grandes y tu carrera estaba asegurada, al menos tu primer gran hit, que sonaría en todas partes porque ellas tenían «el power». Cualquier posibilidad de que, estando fuera del circuito, te escucharan más allá de tu madre y tus vecinos, era casi un milagro, hasta que llegó internet y los artistas que realmente valían la pena o aquellos que por un motivo u otro conectaban con el público, de pronto no necesitaban de las grandes corporaciones para avanzar en su carrera o, como mínimo, para darse a conocer. El boca a boca funcionaba fenomenal y a mayor número de visitas allí donde tuvieras publicado tu contenido, mayor efecto llamada. Un regalo para cualquier aspirante a artista que no tuviera otro modo de llegar ¡y cuantos hay que al final lo han hecho de esta manera!.
Pero ¿qué pasaría si sus vídeos y sus canciones nunca pudieran escucharse con la misma facilidad con que lo hacen los de los grandes artistas de renombre, simplemente porque sus vídeos no terminan de cargar, porque cuando lo hacen se reproducen de forma lenta y con constantes interrupciones? ¿Cuántos artistas no habrían podido nunca llegar? Y no nos referimos a llegar al mismo sitio donde lo han hecho los grandes cantantes, sino también a pequeños círculos de amantes de músicas minoritarias que han encontrado en internet lo que las grandes discográficas nunca les dieron, porque no les interesaba o sencillamente, porque nunca llegaron a escucharlos y plantearse si les daban una oportunidad.
El ejemplo de la música es solo uno de los miles de casos que podemos encontrar en un mundo cultural en el que internet ha hecho mucho bien, especialmente a todos esos creadores pequeñitos que nunca pensaron que su corto se vería, que su música se escucharía, que podrían montar una exposición de arte virtual a la que incluso habría quién pagara por entrar o comprar el merchandising. La larga cola de la industria cultural se ha desarrollado gracias al avance de internet pero, muy especialmente, gracias a la ausencia de injerencias por parte de los proveedores del servicio o la ausencia de acuerdos entre compañías y estos proveedores para que sus datos circulen más rápido y mejor. Puede no parecer importante pero lo es y ojo que no solo afecta a los pequeños creadores, los grandes también lo pueden sufrir cuando topan en su camino con un dueño de la carretera al que, por un motivo u otro, no le viene bien que la competencia sea igualmente accesible.
No suena muy justo para el mercado, pero menos aún para un consumidor final que, en definitiva, solo quiere ver una película, un partido de fútbol, escuchar un nuevo grupo o seguir esa serie de la que todo el mundo habla.