La historia del pueblo de Jánovas parece de película. Esta pequeña localidad oscense, rodeada de montañas, a los pies de un río de aguas transparentes y con ese color azul que solo los niños retratan en sus dibujos, es hoy un pueblo fantasma. En estos tiempos en los que el bullicio de la gran ciudad ejerce sobre nosotros un especial magnetismo, resulta extraño pensar que hubo tiempos en los que las familias nacían, crecían y vivían en lugares tan pequeños, tan aislados, con tan poco y que con eso eran felices, tanto como para soñar en volver, como para dejarse la vida luchando por el sueño de volver, quizá irreal, con seguridad idealizado.
El programa que el próximo domingo emite Salvados se centra en la historia de este pueblo, una historia muy pequeña, conocida por casualidad, pero con tanta fuerza que estoy segura de que sería una maravillosa película hollywoodiense, con todos los elementos necesarios para hacerla un éxito del género dramático-sentimental, casi sin necesidad de adornar ni retocar una realidad que parece guionizada.
Sin adentrarnos mucho en los detalles, por dejar que el espectador los vaya descubriendo a medida que ve el programa, el drama de los vecinos de Jánovas comienza en los años 60 cuando Franco, tan amigo de inauguraciones y pantanos, decide que en este valle tiene que haber una presa y, de la mano de Iberduero, comienzan a expropiar el pueblo completo, casa por casa, dinamitándolas incluso, para anegarlo. Medio siglo después, tras la lucha de unos pocos vecinos que se resistieron a marchar, tras el paso de políticos de todos los colores que siguieron insistiendo en la necesidad de acabar con las casas y la historia de estas familias por un bien común, la perseverancia de unos pocos y el amor propio y profesionalidad de un héroe, ajeno en principio a esta historia, han dado al traste con el proyecto y los herederos de los desterrados luchan por reconstruir su pueblo.
La historia es muy potente, tiene una fuerza increíble y sus protagonistas la viven de tal manera que es complicado no emocionarse. Por su parte, Évole está en su papel, el que mejor sabe hacer, el de mostrar y conducir las historias por una senda que lleva a una sola conclusión, una que no deja lugar a equívocos, a opiniones, a dudas. Al contrario que hace su compañera Ana Pastor inmediatamente después en la parrilla, el motto «estos son los datos, suyas son las conclusiones» no tiene cabida aquí, pues Salvados ya ha extraído las conclusiones por el espectador antes de sentarse siquiera en la sala de edición. Y ahí es donde el programa peca, en mi opinión, de no tratar a su público como personas inteligentes, de no retarles.
La historia de Jánovas, a diferencia de otras, no tiene matices. Es la historia de un despropósito, de un capricho, de una mala manera de hacer las cosas propia de unos políticos que pecan de falta de humanidad, de no explicar sus decisiones, de romper por romper, de no buscar alternativas. La manera en que se suceden los hechos en estos cincuenta años crea buenos y malos con total claridad, pero es la historia la que lo hace por sí misma, no necesitamos que la narración nos la exagere porque ya es suficientemente exagerada. Aún así, nos la adornan, nos escaquean elementos y argumentos de parte y alcanzan un punto en el que se pasan de rosca y se arriesgan a perder el favor de algunos espectadores que no quieren ser tratados como ignorantes, que no necesitan que les marquen el camino porque son capaces de sacar sus propias conclusiones, espectadores que aspiran a que la televisión, cierta televisión, les rete, les ponga sobre la pantalla un puzzle a resolver, aunque sea de cuatro piezas, pero en el que puedan poner la última ficha o, mejor aún, en el que nada sea categórico, por mucho que de esa impresión de forma clara cuando escuchamos los datos.
Quizá me equivoco cuando pienso que la audiencia a la que se dirige Salvados, a la que se quiere dirigir, es una audiencia con capacidad crítica, una audiencia formada, alejada del concepto borreguil que a menudo persigue la programación televisiva, puede ser. En cualquier caso, la historia de este pueblo y sus habitantes merece ser contada y lo cierto es que no hay muchos programas en la televisión actual donde algo así tenga cabida. Un regalo para sus habitantes y un gran homenaje para sus antepasados.