Dicen que los españoles estamos hartos de la política y los políticos, pero hay hechos puntuales que contradicen estas afirmaciones y que nos hacen replantearnos si no será un problema solo de algunos políticos y solo de algunos medios, más que un desinterés real de la sociedad por los gobernantes o aspirantes a serlo.
No hay más que echar un vistazo a los datos de audiencia del regreso de Salvados a la parrilla de La Sexta en la noche de ayer para darnos cuenta de que en política y en cuestión de debates televisados, todo es cuestión de tener a los actores idóneos en un buen decorado y con un guión que convenza. Cinco millones de espectadores lo demuestran.
Así, podemos pasar del desinterés habitual que provoca la aburrida política del «y tú más», cargado de papeles y señores leyendo chuletas, con datos que ellos desconocen y a nosotros nos aburren y cambiarlo por una más o menos natural charla de dos aspirantes frente a un café, espoleados por un moderador cuya función no es la de cronometrar el tiempo y forzar la igualdad matemática de participación, sino lanzar temas de conversación que nos permitan conocer mejor a los candidatos, sus propuestas y sus debilidades.
Se habla mucho de la nueva política que representan Albert Rivera y Pablo Iglesias, de sus formas renovadas, pero quizá sea el momento también de afrontar un nuevo tipo de televisión en lo que a política se refiere, abandonar las encorsetadas formas de debatir, la necesaria equidistancia y dejar que las personas y sus ideas fluyan de forma natural y se editen para ser dinámicas y atractivas para el espectador.
Sí, se editen, porque si algo tuvo de distinto el cara a cara de anoche en Salvados fue el hecho de no ser un debate en directo, el importante punto de confianza, tanto del espectador como de los protagonistas, que no temieron las posibles implicaciones de un recorte aquí y otro allí, tijeretazos que hicieron que la conversación fluyera de otra manera, mucho mejor para el espectáculo televisivo. No imagino a Mariano y Pedro aceptando algo así, no sin un control de la edición posterior, no sin decenas de peticiones de cosas que sí, cosas que no, haciendo de un trabajo televisivo excepcional un tedioso producto electoral.
Las cosas parecen querer cambiar, vemos señales por todas partes y, una vez más, la política y los medios de comunicación caminan paralelamente en esta necesidad de que algo se mueva, de que algo nos ilusione. Aunque no podemos confiar ciegamente en los medios, presos siempre de sus propios intereses, está en su mano también colaborar a un cambio, forzarlo incluso, pues nadie como ellos tiene la posibilidad de hacer que los políticos se relacionen de otra manera con los ciudadanos. No hay demasiadas incursiones en este camino, pero habrá que congratularse cuando las haya y nada mejor que un respaldo en audiencia para ello. ¿Cundirá el ejemplo?