El programa de entrevistas de Bertín Osborne en TVE está siendo tan criticado por unos como aceptado por otros, convirtiéndose cada semana en lo más visto de la noche, con un número de espectadores muy superior al de su más inmediato seguidor (más de un millón de diferencia en la noche de ayer).
Tanto ha sido su éxito que la cadena ha encargado recientemente cuatro entregas más y es muy posible que después de un descanso vuelva a la pantalla con una segunda temporada, dependiendo claro está del resultado de las elecciones generales del mes de diciembre y los posibles cambios que un nuevo gobierno pueda provocar en la dirección de la cadena pública.
Mientras tanto, asistimos a un formato que en su estreno dejó claro que el propio presentador era uno de los principales protagonistas, con aquel desfile de los distintos miembros de su familia y algunos de los rincones más espectaculares de su casa y la ocasional incursión en las anécdotas de su propia vida, que añaden color a las respuestas del invitado de turno.
Pese al evidente peso que Bertín tiene en cada una de las ediciones del programa, el invitado sigue siendo el principal atractivo para la audiencia y la capacidad del presentador para sonsacarle algunas intimidades hasta ahora no contadas es la justificación para que él mismo se adentre en su intimidad, creando un ambiente de confianza en el que las confesiones no resulten incómodas frente a una cámara.
Hasta que llegó Mariló y lo puso todo patas arriba, renunciando a esa relación de confianza, dando la vuelta a todo lo que se le preguntaba y convirtiendo a Bertín en objetivo de una sarta de preguntas sobre su intimidad incómodas hasta el punto de resultar impertinentes.
Que se tumbara en la cama de su anfitrión o pusiera sus pies descalzos sobre la almohada en la que él duerme cada noche son tonterías al lado de algunas de las preguntas sobre su fallecida primera mujer, su hijo mayor o las circunstancias personales de la vida de sus padres, con insinuaciones verdaderamente feas. Acostumbrados como estamos a ver a Bertín Osborne zafarse de cualquier tipo de situación con bromas, buen humor y una sonrisa, ayer nos encontramos con otra faceta suya hasta ahora desconocida y provocada por una entrevistada que parecía no tener ningún interés en responder a las preguntas que se le hacían y prefería incomodar a quién tenía enfrente.
Como espectadora habitual del programa, me resultó molesto y desagradable el cambio de registro, aunque he de reconocer que la culpa no la tiene solo Mariló. Como programa pregrabado que es, En tu casa o en la mía tiene la posibilidad de editar el resultado final a su antojo, mostrando las preguntas y respuestas más simpáticas, las más acertadas, las que no se quieran contestar. Así, en la abundante cantidad de material que seguro existe de ese día con Mariló, estoy segura de que se podrían haber dejado fuera las referencias a la vida privada de Bertín, insistiendo en el protagonismo de la invitada y dando de ella otra imagen más amable. O quizá la entrevista entera fue tan tensa como para que esto haya sido lo mejor que se haya podido entresacar de su charla.
Sea como sea, el resultado final ofrece una imagen poco agradable de Mariló Montero, una que, insisto, se podría haber evitado en la edición final y que, sin embargo, ha dejado patente el carácter y personalidad de alguien que, invitada a darse a conocer mejor, no ha querido romper esa barrera y prefiere destapar las vulnerabilidades ajenas antes que mostrar un mínimo de empatía. Le hubiera venido muy bien a su imagen destaparse como una persona normal, pero solo ha conseguido reforzar la imagen de soberbia que desde hace años la acompaña. Principalmente por su culpa, pero también ayudada por esa selección de preguntas y respuestas que más que una entrevista parecía una venganza.