¡Lo difícil que me lo ponen a veces las cadenas para defender sus estrategias y mira que suelo ser flexible y comprensiva con algunas de las más polémicas!
Me parece fantástico que Gran Hermano vaya por su edición número 16, creo que es un programa como otro cualquiera, que refleja bastante la sociedad en qué vivimos y que, en última instancia, es puro entretenimiento, por lo que, mientras funcione, entiendo y comparto que la cadena siga adelante con el y lo exprima al máximo.
Ahora bien, en este concepto de exprimirlo todo lo que se pueda, el hecho de que ocupe toda la franja del prime time tres de los siete días de la semana ya me parece pasarse un pelín, especialmente en una cadena de la que esperamos un poquito de variedad y una pizca de riesgo, aunque sea siempre con su particular personalidad, siempre al límite.
Hoy en día tenemos Gran Hermano en su horario habitual de los jueves y el debate en el suyo propio de los domingos, ambos funcionando como se espera y sin mostrar signos aparentes de desgaste. El casting de este año va como un tiro y, forzado o no, la primera semana ha dado ya más contenido que algunas de las ediciones antiguas en todo el primer mes. Con estos mimbres, Divinity hace lo suyo y bate sus propios datos de audiencia en la TDT y así, todos están tan contentos que terminan viniéndose arriba y decidiendo incluir una nueva noche «gran hermanil» en la parrilla de la cadena madre, concretamente en la noche de los martes.
Es lo que hará hoy Telecinco para enfrentarse al estreno de Mar de plástico en Antena 3 y el posterior regreso de las entrevistas de Risto Mejide, con una casa en pleno ataque de nervios, con el amor revoloteando por varias de las parejas en ciernes y con la habitual capacidad de la producción del programa para sacar petróleo de cualquier cosa que acontece en Guadalix.
Parecía obvio que Cámbiame Premium tenía los días contados, que había sido un fracaso y que,tan pronto se enfrentara a algo medianamente fresco y nuevo, terminaría por caer. No pudo ser con Olmos y Robles, pese a que les ha dado bastante aire en estas semanas de aterrizaje en TVE, pero la previsible catástrofe que suponía el estreno de la serie de Rodolfo Sancho, no ha hecho temblar la mano de los directivos de Mediaset, que no han querido ni esperar a ver los resultados y han borrado de un plumazo el que muchos consideraban estos días «primer fracaso de Jorge Javier Vázquez». Es una buena noticia pero ¿por qué no enfrentarlo a algo que realmente merezca la pena? ¿Por qué está Telecinco tan timorata con sus estrenos? ¿Es competitivo a largo plazo terminar llenando la parrilla de la semana con apenas un puñado de programas que se estiran y se estiran como si faltaran ideas?
Lo hemos visto también con Sálvame Deluxe este verano, duplicado en la noche de los sábados, funcionando bien, todo hay que decirlo, pero dejando esa sensación de falta de ganas, de desidia, que acompaña a algunas de las decisiones de programación a las que empiezan a acostumbrarnos. No seré yo quién recrimine a quién pone por delante la rentabilidad como una de las primeras cuestiones a tener en cuenta cuando conforma una parrilla de televisión, pero una cosa es jugar a ser rentable y otra dar la sensación inevitable de no tener interés por divertirse haciendo televisión, ir siempre a lo seguro, no correr riesgos, no salir al campo a ganar haciéndolo bonito sino montando una defensa numantina que, aunque funciona, aburre más que otra cosa. Es que ya no son ni polémicos ¿qué te pasa Telecinco?
Una panda de retrasados encerrados como conejos para folletearse tras ser regados con alcohol en fiestas absurdas, incluyendo entre la florida fauna a una perturbada bipolar violenta psicótica perdida son «un programa como otro cualquiera, que refleja bastante la sociedad en qué vivimos». Ya con eso me quedo más tranquila.