O eso podría parecer a la vista de la manera en que despidieron anoche la emisión de The Flash, serie que les ha dado bastante buen resultado en un verano de todo menos emocionante en materia televisiva.
Hasta cinco episodios seguidos se merendaron ayer los espectadores de la cadena más afines a la serie, que vieron como Antena 3 liquidaba los restos de la temporada a la velocidad de su protagonista.
Es cierto que estamos muy acostumbrados a la emisión de varios episodios de una misma serie ocupando las franjas extendidas de las parrillas del prime time en abierto, en especial cuando se trata de series norteamericanas, tradicionalmente más cortas, pero nunca hasta ahora recuerdo cinco episodios de estreno y mucho menos en un producto que hacía liderar a su cadena y en la noche lamentable en que muchos millones de españolitos tienen que volver a conectar sus temidos despertadores.
Sí, esto de la emisión de golpe de muchos episodios, de toda la temporada incluso, es una de las claves del éxito de Netflix, o al menos una de las características disruptoras de su manera de abordar el negocio televisivo, pero no olvidemos que se trata de otro negocio. Los espectadores de Netflix pueden sentarse a ver tantos episodios seguidos de una misma serie como hayan sido producidos, pero esta será siempre su opción y podrán elegir cuándo lo hacen y cuántos se ven de una sola sentada. Además, no verán su experiencia interrumpida por molestos anuncios ni autopromociones, reduciendo el tiempo de consumo notablemente, por no hablar de la capacidad para mantener la atención.
Por el contrario, la emisión de más de dos episodios seguidos de cualquier cosa en un canal en abierto es una pesadilla difícil de superar, con anuncios, moscas gigantes, grafismos que ensucian la pantalla y, lo que es peor, la incapacidad del espectador para discernir en qué episodio está, cuantos tiene el total de la temporada o cuantos se van a emitir, pues esta es una información que parece considerarse irrelevante.
Un despropósito en toda regla.