OJO: Si no has visto el último episodio de American Crime, puede que quieras saltarte el último párrafo de esta entrada. El resto, spoiler-free.
El pasado viernes os contaba qué series estaba viendo este verano, aprovechando el parón de las habituales, y entre ellas aparecía la que posiblemente sea una de las más brillantes en materia de interpretación: American Crime.
Anoche terminaba de verla y, aunque me dejaba una sensación un tanto extraña, como de no haberlo bordado del todo en su cierre, una vez reposada creo que es una gran pieza de televisión, una que te hace pensar en cada episodio, reflexionar sobre el racismo, la familia, el sistema y las segundas oportunidades pero, sobre todo, cómo una mala decisión puede desencadenar una oleada de consecuencias difícilmente evitables, que acaban por destrozar la vida de las personas.
La historia de American Crime te hace sentir desprecio, lástima y hasta empatía por casi todos sus protagonistas. En algunos momentos te encuentras posicionándote a favor de unos, que más tarde se vuelven indeseables, para luego mostrarse débiles de nuevo, en un vaivén de emociones que es otro de los puntos a favor de esta serie.
Saber quién mató al hijo mayor de los Skookie es el punto de partida de la acción, pero al final se vuelve un dato irrelevante, disuelto en las historias personales de cada uno de los implicados y la manera en que se enfrentan a la tragedia. Si algo tienen en común todos ellos es la manera en que este hecho se convierte en su tragedia personal, la manera en la que nadie tiene en cuenta que un hombre joven ha perdido la vida brutalmente asesinado y todos miran a su propia historia, la que les ha llevado a dónde están, destapando en algunos casos muchas de las miserias previas que han ido conformando su forma de ser y de relacionarse con los demás.
American Crime es también una historia de padres e hijos, de hermanos, de cómo evoluciona ese amor en el seno de las familias, de cómo a veces no es suficiente, de cómo hay gente rota a la que ni siquiera el amor de unos padres puede recomponer y de cómo otros logran salir adelante gracias a ese amor o a la responsabilidad que da convertirse en padre uno mismo. Padres amantísimos que no saben nada de lo que realmente pasa en la vida de sus hijos, padres ausentes que abrazan una segunda oportunidad que llega demasiado tarde, padres que están dispuestos a empezar todas las veces que sea necesario por el bien de sus hijos, hermanas que son padres.
El episodio final de la serie nos deja tres muertes más, pero al mismo tiempo abre un camino de esperanza en quienes parecían más débiles. Pese a ello, la sensación final que queda es de amargura, de que nada podrá recomponer a estas familias, de que la tragedia les perseguirá siempre, que la sombra de duda será permanente, allí donde vayan, que este episodio concreto de sus vidas despliega un abanico de violencia y dolor que a su vez hará lo mismo en todas las familias y personas a la que ha afecta, generando un efecto mariposa imparable y desasosegante.