(OJO: SPOILERS DEL EPISODIO FINAL DE SIN IDENTIDAD)
Que soy muy fan de que las series me sorprendan, aunque sea desagradablemente, es algo que siempre he mostrado. Me encanta que maten a los protagonistas, aunque solo sea por ese momento de impresión, ese sobresalto, aunque luego sienta que la serie ha perdido algo muy grande y no podrá volver a ser lo mismo. Me gusta que los finales sean valientes, que no dejen indiferentes, que no se acomoden.
Por todo esto, por esa capacidad para mostrarse incómodos, el final de Sin Identidad me tendría que haber gustado mucho, tendría que venir aquí a dar palmas por ese inconformismo, por esa vuelta de tuerca final que, si bien no es un salto al vacío, ni una cosa muy loca, tiene todo el sentido del mundo y te hace pensar ¡Qué hijo de puta el abuelo que genes dominantes tenía! Un buen final que, sin brillar, te deja esa pincelada de maldad que todo guionista de colmillo retorcido esconde tras la tecla.
Y sin embargo, por una vez desde hace mucho tiempo, me ha sentado mal que no terminaran con el final feliz, que no dejaran en paz a esa pobre María que por primera vez en muchos años intenta dejar a un lado su rencor y sus fantasmas para formar la familia feliz que nunca tuvo. Parece evidente que no será fácil, que si lo pensamos como una realidad, está claro que alguien que ha pasado por todo esto no puede recuperarse del todo pero, después de tantos episodios sufriendo con ella, deseando que acabe con todos los Vergel de la forma más vengativa posible, nosotros como espectadores también merecíamos descansar. Pero no nos han dejado.
Se habla de un final abierto, que efectivamente lo es, pero creo que más que eso, más que dejar espacio para retomar la historia, se trata de una lección de karma, de que debes ser bueno porque las cosas malas que haces siempre vuelven, de como el daño que haces siempre te hace daño, aunque algunos se merezcan eso y más. O todo lo contrario, una lección de cómo ser el más malvado entre los malvados, de como, si te metes a villano, has de serlo hasta el final, sin cabos sueltos, o siempre habrá alguien que vendrá a aprovecharse de tus debilidades para destrozarte la vida.
Un final realmente amargo que me niego a aceptar. Por primera vez en mucho tiempo, he decidido eliminar de mi experiencia vital el visionado de los dos últimos minutos de la serie y quedarme con ese buenismo de la escena final, de la familia feliz paseando por la Puerta del sol de Madrid como si todo fuera superable, como si todo tuviera arreglo. Cualquier cosa que haya venido después es para mí irrelevante.
Sin Identidad siempre fue una serie de mala gente, de personas dispuestas a lo que fuera con tal de salirse con la suya, de endiabladas personalidades que no saben hacer otra cosa, en la que daba igual tener o no tener razón, todo el mundo terminaba siendo ruin y desgraciado y no existe redención para los pecadores, al menos no en esta vida. Luisa lo sabe bien y así nos lo han dejado claro hasta el último instante.
El final de Sin Identidad, mi final, no habría dado para un comentario más allá de 140 caracteres. El final real de la serie me tiene cabreada y dándole vueltas desde hace un rato, rebobinando en mi cabeza como si quisiera eliminar de mi memoria esos dos minutos finales. Y aunque me moleste, aunque quiera hacerlo, estoy feliz de que me hayan revuelto y me hayan provocado esta sensación porque, repito, la ficción va de esto, la ficción es pura provocación y aunque yo no haya tenido mi final feliz, estoy contenta.