No es lo mismo estar muriendo que estar muerto. Así resume este artículo de Vox la evolución de un consumo televisivo que, si bien se ha visto reducido en un 16% con respecto al del año pasado en la franja de adultos menores de 25 años y un 9,2% en los adultos entre 25 y 34, está muy lejos de estar muerto. Sí, es cierto que los patrones de consumo disminuyen notablemente en los demográficos más jóvenes, pero también es cierto que este consumo asciende a 93 horas al mes, que son muchas, sobre todo si las comparamos con las 23 horas que esta misma generación pasa jugando con las consolas, las 31 que invierte navegando por internet desde un ordenador o las 52 que ocupan utilizando el smartphone.
Pero la cosa no queda ahí. Estos datos hacen referencia al consumo de televisión tradicional, pero no tienen en consideración cuantas de esas horas de navegación online o de consumo de entretenimiento a través de una consola son también televisión, en el mismo e idéntico formato que la tradicional o en otros nuevos que triunfan entre los más jóvenes, partiendo de patrones de creación igualmente televisivos. No lo digo yo, lo dice Cisco en un estudio reciente en el que afirma que en los próximos cinco años el 50% de la población mundial dispondrá de acceso a internet y que el 80% de este tráfico mundial corresponderá a vídeo, convirtiendo así Internet en una gran plataforma de televisión. El principal problema con este traspaso de contenidos es la necesidad de dotar a la población de un acceso a internet más amplio y potente, algo que preocupa seriamente a los proveedores que, entre otras cuestiones, temen que nos quedemos sin direcciones IP. Pero esta es otra cuestión, técnica, que deberán resolver desde otras industrias, aunque está claro, también será culpa de las televisiones.
La cuestión que se dirime aquí no es ya si el negocio es digital o analógico, si la gente ve la televisión que le llega desde un cable conectado a una antena, a tierra o si lo hace desde una conexión wifi; al final, como ha sido siempre, el contenido es el que manda y el secreto del éxito radica en tener un buen producto y en saber elegir adecuadamente el modelo de negocio. Es en este sentido donde la televisión tradicional parece haber tomado un rumbo que no le funciona nada mal, al menos en EE.UU. donde gran parte del dinero está ya en las suscripciones y no en las audiencias.
Ejemplos como el de Netflix, quizá el más revolucionario en este sentido, han conseguido dejar de lado un negocio basado en la cuantificación de la atención para pasar a medir únicamente suscriptores, clientes que mes a mes abonan religiosamente su cuota y cuyos hábitos de consumo ya no importan tanto, siempre y cuando la sigan pagando. Por supuesto, para que sigan queriendo pagarla han de hacerse buenos productos, la gente tiene que querer verlos, es necesario que se hable de ellos y que se genere expectación pero, mientras las propuestas de los grandes proveedores online se basan en el modelo de publicidad por interrupción tradicional, la vieja televisión lo está abandonando, evolucionando hacia el modelo de suscripción, prácticamente sin anuncios.
Como afirman en el NY Times, el lema de la vieja industria hoy día es claro: Haz que paguen. Haz un producto por el que quieran pagar. Tarjetas de crédito frente a atención. Y mientras tanto, plataformas como YouTube vendiendo visualizaciones a sus anunciantes, convirtiendo la revolucionaria internet en un modelo de televisión caduco.
Imagen: Dishfunctional Designs