Leo con sentimientos encontrados que ayer La Sexta cometía una imperdonable tropelía en su emisión de True Detective. Ya en el episodio cuarto, la serie destacaba en su estreno norteamericano por algo más que su asfixiante atmósfera y sus brillantes interpretaciones, y era por esta maravilla de plano secuencia de casi ocho minutos que deleitaba a todos los fans, muy especialmente a los que se daban cuenta del detalle, muy exquisito técnicamente pero que, vengamos a tierra, no todo el mundo es capaz de identificar.
Desde los tiempos de Orson Welles y este otro plano secuencia, mucho más breve, en Sed de mal, o el rodaje íntegro de La Soga, en el que Alfred Hitchcock únicamente descansa para los inevitable cambios de rollo (utilizando para ello primeros planos de algún elemento de la escena, que le permiten volver sobre el mismo sin que se aprecie el salto), el plano secuencia se ha considerado una de las piezas mágicas de una producción audiovisual, siempre presente, pero solo ocasionalmente convertida en joya.
Rodar un plano secuencia de casi ocho minutos es una tarea minuciosa y muy complicada para todos los miembros del equipo, muy especialmente cuando se trata de uno en el que la acción es trepidante, como es el caso de este de True Detective, y ver cómo la cadena que emite la serie lo ignora por completo para dar paso a publicidad, echando por tierra el trabajo primoroso de sus autores es, sin duda alguna, una mala idea, una reprochable, una que demuestra poca sensibilidad artística en quienes toman la decisión. Pero también una desgraciada casualidad.
En un modelo de negocio en el que la interrupción comercial es imprescindible y aunque a menudo nos echamos a la cabeza por la torpeza con la que estos cortes se lanzan y la poca atención prestada al contenido, no puedo evitar pensar que cortar un plano secuencia es algo absolutamente inevitable. Inevitable si coincide que es ahí donde debe entrar la publicidad, en un sistema en el que a nadie le importa que se corten las frases o las escenas en medio de la máxima tensión dramática. Es decir, si a nadie le importa el contenido cuando deciden dónde van los cortes de publicidad y se puede lanzar un anuncio de cosméticos en medio del llanto de una madre que acaba de perder a su hija, debemos asumir que la cuestión técnica de un rodaje sea también absolutamente prescindible. Más aún en una pieza que originalmente se emite en un canal sin publicidad y que, por lo tanto, no está dramáticamente construida en bloques que faciliten la inserción de pausas no disruptivas (como si esto se tuviera en cuenta alguna vez).
Para evitar mutilaciones artísticas como la de anoche, sería necesario que alguien estuviera minutando el episodio con mucha atención, marcando los puntos en los que acaban las distintas secuencias o haciendo caso a una información que necesariamente tienen las productoras, seguro las que distribuyen los contenidos producidos en bloques para emisión, sencillo para quienes se saben el episodio de memoria antes de que este salga en antena. Hasta la figura del verificador (si es que aún existen en las cadenas), esa persona que debe ver el episodio completo para asegurarse de que no hay ningún defecto en la copia, podría tener como responsabilidad añadida la identificación de esos momentos en los que una pausa comercial no hace daño. Y sin embargo, a nadie parece importarle.
Si se hace sin remordimientos en pleno prime-time, con series de máxima audiencia, no me extraña nada que lo hagan en el late con productos que ven apenas medio millón de espectadores. Pero no es siquiera eso: si se interrumpe algo tan elemental como una frase, con su sujeto y predicado ¿cómo vamos a pedir que se preste atención a algo más técnico como un plano secuencia?. Y lo peor es que no lo hacen con mala intención, es solo desidia.