Tras la tragedia ocurrida en Lampedusa a principios de la pasada semana, la producción de El Objetivo de Ana Pastor se trasladaba a la zona para hacer un especial informativo sobre el tema. Centenares de personas que ponen en riesgo su vida por el sueño de una oportunidad para sobrevivir al otro lado del océano, conscientes de que muchos de ellos no lograrán completar el camino, ajenos a lo que les espera si lo consiguen. Es una historia durísima y cruel, una que a modo de película sería una superproducción brutal, cargada de sentimiento y candidata a todos los premios que se nos ocurran, una que llena portadas el día que ocurre, que abre informativos plagados de grandes frases. Y, sin embargo, cuando un equipo de televisión de investigación habitualmente exitoso cuando trata temas locales, se traslada al centro de la noticia y prepara un programa especial, la audiencia le da la espalda.
Apenas un 5,8% de share, un milloncito de espectadores, asistieron desde sus hogares a la edición especial de El Objetivo, que marcaba así mínimo de temporada. No es un dato mucho más bajo que el de otros domingos, pero sí es el más bajo de la temporada y supone la fuga de un millón de los espectadores que justo antes veían Salvados, en un día en que la competencia no era especialmente dura, pues los conflictos de Supervivientes aún no alimentan el debate suficiente, el Chester de Pepa Bueno sigue siendo el de Pepa Bueno y solo las películas de TVE y Antena 3 superaban de largo los dos millones.
Aunque es cierto que el programa cambiaba su estructura original, llama la atención una pérdida tan grande de interés y solo se me ocurre pensar que los motivos sean meramente psicológicos, de una sociedad que da la espalda a determinadas tragedias contra las que no se encuentra solución, contra las que estamos vacunados o a las que simplemente no queremos enfrentarnos. Estas historias, que seguramente serían un taquillazo en formato novelado para el cine, no resultan tan fáciles de asumir cuando son una realidad palpable y, como espectadores, preferimos ver otra cosa que sentirnos privilegiados y, a veces, hasta culpables por no poder resolver un drama así y simplemente cambiamos de canal, como si por hacerlo dejara de existir.
Reacciones como esta hacen que solo algunas televisiones o profesionales muy comprometidos se atrevan a enfrentarse a producciones de estas características, que cuestan más dinero, que llevan más trabajo y que no reportan beneficio alguno en términos televisivos. La primera vez se puede intentar pero, cuando los resultados no se plasman en audiencia, volver a intentarlo deja de ser una opción rentable y hay que estar muy comprometido con la información para dejar escapar a cientos de miles de espectadores, tan necesarios en el cómputo final de las audiencias, en la encarnizada lucha que unos y otros tienen en los últimos años.
Este tipo de televisión, la que es necesaria para concienciar a la gente de problemas que están ahí fuera, más cerca de lo que pensamos, es una televisión casi invisible, porque, insisto, la sociedad no quiere verlo y terminamos por generar un círculo vicioso en el que las televisiones comerciales no atienden determinadas informaciones en profundidad porque pierden audiencia, los espectadores dejamos de verlas y creemos que no existen y solo nos escandalizamos un ratito cuando un día las cifras de muertos superan aquellas contra las que ya estamos vacunados. Pero un ratito solo, no vaya a ser que nos vayamos a la cama con mal cuerpo y no podamos conciliar el sueño. Y mientras tanto, la pública a por uvas.
A mi me repugna que hagamos tan poco caso a los pobres inmigrantes que mueren en las aguas y sin embargo, cuando se estrello el avión alemán las audiencias se disparaban en busca de saber los datos macabros que la tele les proporcionaba día a día
Lo que me demuestra que al 1er. mundo no le importa una mierda lo que pasa a las personas del 3er. mundo.