Lo hemos dicho muchas veces, lo hemos gritado a los cuatro vientos, lo hemos defendido delante de todos aquellos que insisten en ver solo la primera capa de la programación televisiva y lo cierto es que, pasan los años y, ni los detractores son capaces de abstraerse de críticas y gritos, ni los defensores dejamos de sorprendernos con la capacidad de algunos equipos de producción de sacarse de la manga cambios y nuevos elementos que hacen que algunos programas no solo sobrevivan, sino que además se conviertan en grandes éxitos año tras año.
El último ejemplo lo tuvimos anoche con la penúltima gala de una edición de GH VIP que se ha sustentando en la desagradable figura de Belén Esteban. Y digo desagradable con toda la intención, pues este personaje, que ha pasado por todos los estados posibles de la personalidad televisiva, buenos y malos, divertidos y lamentables, cargada de razón o completamente fuera de sitio, ha demostrado en este encierro voluntario que es todo lo peor que podamos imaginar de un colaborador de Sálvame y un poco más. Que el endiosamiento al que puede llegar un don nadie tras pasar por un programa de televisión de éxito supera cualquier idea preconcebida que tengamos y que no hay nadie alrededor de estas personas que, viendo peligrar su bolsillo, sea capaz de sacarlo del follón en que se ha metido para salvarlo de la quema.
Belén ha sido la única razón de ser de un reality que nunca imaginó que daría tanto de sí, en una casa llena de famosos insulsos que solo con la actitud prepotente de la Esteban ha logrado sacar adelante un formato en el que yo personalmente ya no creía, pero que se ha plantado en nuestras casas cada jueves superando el 30% de share.
Y es precisamente este protagonismo de uno solo de sus concursantes el que ha llevado al formato a una peligrosa dicotomía, en la que necesitaba que la villana fuera cada vez más villana pero, al mismo tiempo, que no lo fuera tanto como para salir de la casa y convertir la recta final del concurso en un muermo. Lo comentaba hace apenas unos días cuando la evolución de las nominaciones nos dejaba un panorama claro en el que la muy esperada entrevista a Belén y los enfrentamientos con sus compañeros y con sus vídeos lamentables en la casa ya no iba a producirse, haciendo imposible que la parte más golosa de las galas del jueves tuviera lugar.
Pero esto es algo que ni la cadena ni el programa se podían permitir y así, un nuevo cambio en las reglas de un reality que nunca ha tenido reglas, daba a luz una recuperación del programa Veredicto con el que Ana Rosa Quintana tomaba su primer papel protagonista en Telecinco, y nos ofrecían una serie de juicios sumarísimos a los cuatro finalistas, cuya principal intención era la de enfrentar a Belén con lo peor de su paso por la casa y además, generar conflictos entre los cuatro supervivientes del programa en una semana en la que habitualmente nadie levanta la voz por miedo a perder el maletín. Grandes en producción, muy grandes.
Y así, señoras y señores, es como se hace un programa de televisión de éxito, uno que espanta a gran parte del público que nunca ha entendido el interés que puede tener el enfrentamiento entre personas, los gritos, los secretos, la utilización torticera de los hijos, la mala educación, elementos ciertamente poco edificantes, tras los que se esconde un gran equipo de producción que sabe como sacar partido de lo peor de cada cual, a uno y otro lado de la pantalla.
Dejar a un concursante sin defensor, Coman en este caso, no sé si es una genialidad pero lo que si deja claro el trato distinto en el concurso y que todos los concursantes no han sido iguales. Y da argumentos a los que creen que el concurso es dirigido para que siga un camino. A parte de que le echaran por intentar intervenir cuando otros concursantes, la misma Esteban, intervinieron a placer cuando quisieron.
A mí me dio una imagen penosa estos desequilibrios y quita credibilidad a otras partes del concurso como las votaciones.