Muy interesante esta entrada de Lau Delgado en la que se muestran algunas de las principales cuestiones que convierten a la cultura en contenido poco visible o casi inexistente en televisión. Es una reivindicación muy legítima y bastante habitual entre quienes querrían ver, o incluso hacer, otro tipo de televisión, pero que parece casi inevitable en un sector que necesita tanto de la rentabilidad como para hacer prácticamente imposible la emisión de un contenido que por muchos motivos es minoritario. Y no es solo un problema de rentabilidad económica, también de resultados de audiencia, incluso cuando nos enfrentamos a canales que ya no precisan de unos datos abultados para justificar su existencia.
Cuando se llega a la conclusión de que cierto tipo de programas culturales ya no tendrán cabida en la televisión en abierto, lo que nos queda es la adaptación al nuevo entorno y la búsqueda de opciones que permitan, casi disimulando, que la cultura entre en los hogares de otra manera, como si de una medicina azucarada se tratara. A veces es necesario afrontar el problema cara a cara y ser consciente de que, como catetos que somos (volveré sobre este concepto más adelante), necesitamos que nos escondan algunas cosas para aceptarlas o simplemente que no nos mencionen ciertas palabras que pueden espantarnos, aunque luego los contenidos sí tengan esas características educativas o culturales.
Voy al ejemplo reciente más claro de la oferta televisiva actual: El ministerio del tiempo. ¿Cuánta gente habría desconfiado del producto si en lugar de hablar de una apuesta novedosa, de una serie con toques de ciencia ficción, los comentarios previos al estreno de la serie hubieran girado en torno a los conceptos repaso a la historia o apuesta cultural? Es triste reconocerlo, pero debemos hacerlo: muchos. Es inevitable pensar que todo lo que asociamos a la palabra cultura o al concepto repaso a acontecimientos históricos, provoca cierta pereza y quizá la culpa no la tengan solo los espectadores como sociedad aborregada, habría que estudiar cuánta culpa tienen también quienes hasta ahora no han sabido hacer atractiva la programación de estas características.
Algunos directivos de canales privados, en su constante lucha por evitar la tentación de que TVE recupere la publicidad, se han quejado a menudo de que los patrocinios culturales de algunos de los contenidos ofrecidos en el canal público son discutibles, y podríamos llegar a entenderlo pero, lo que es innegable es que la serie de los hermanos Olivares ha logrado hacer trending topic a personajes como Velázquez o Lope de Vega, algo que nadie hubiera creído posible hace apenas un mes, cuando de la serie solo sabíamos que tenía como centro de la acción los viajes en el tiempo. ¿Es entonces entretenimiento o es un contenido cultural? Pues no ha lugar a la diferenciación, pues parece que ha quedado constatado que ambas cosas pueden convivir perfectamente en un solo programa y alimentarse mutuamente, de manera que el contenido sea doblemente atractivo.
Patrocinio cultural llevan también en TVE los programas de gastronomía y, aunque cosas como Masterchef puedan verse con recelo en esta categoría, otras lo son de forma mucho más clara, como Un país para comérselo, con su presentación de los productos típicos de cada zona geográfica, con la explicación de su modo de preparación, de su cultivo, de las características de la zona y sus gentes. Todo eso es cultura, pero queda presentado de un modo entretenido y afable que lo convierten en otro tipo de programa, diferente y mucho más fácil de ver.
Esta es la clave: hacer programas culturales con los códigos de comunicación de otro tipo de formatos más comunmente aceptados, de manera que los espectadores acaben culturizándose casi sin querer y, sobre todo, sin complejos.
Volviendo sobre el concepto «cateto» al que aludía anteriormente, no se trata tanto de que la sociedad de la espalda a la cultura por desinterés o falta de educación, sino que me atrevería a decir que nos enfrentamos a un cambio en la forma en la que queremos culturizarnos. Lo vemos en las escuelas, donde los alumnos reniegan de la masterclass unidireccional y prefieren ver un vídeo sobre la guerra mundial o una película con su toque de ficción para entender los conceptos, que terminan quedando mucho más claros. Igual que los niños que aprenden matemáticas jugando con sus consolas, o robótica y programación trasteando con aparatos cada vez más asequibles en lugar de leyendo libros imposibles llenos de teoría.
Aferrarse a los códigos antiguos no tiene sentido cuando lo nuevo ha entrado con tanta fuerza que nadie quiere mirar atrás. La sociedad tiene una responsabilidad para no vivir ignorante, pero también la tienen quienes crean, quienes quieren transmitir su mensaje, porque solo adaptándose lograrán hacerlo.