Esta semana termina Parenthood en EE.UU. y, aunque supongo que cuando vea su último episodio comentaré aquí lo que me ha parecido (y las lágrimas que he derramado, que lo veo venir), quiero traer aquí el ejemplo de cómo una serie se beneficia de un final preparado con tiempo.
Parenthood no es una serie de intriga y podría haberse abandonado en cualquier temporada, en cualquier momento, pues dado que representa algo tan sencillo como las vidas de una familia, nunca las tramas quedan cerradas del todo y bien podemos imaginarnos esas historias transcurriendo para siempre, con las distintas generaciones que están por venir, del mismo modo que podría haberse dejado en cualquier punto de la historia de estas vidas y posiblemente le hubiera venido bien acabar algo antes. Sin embargo, la certeza de que la serie terminaba este año ha permitido que los guionistas cierren algunos círculos de una forma muy cuidada, poniendo en la vida de los protagonistas sucesos que de otro modo no tendrían tanto significado y que ahora, presentados en la recta final de la serie, cierran de una forma bellísima algunas de las cuestiones esenciales de la vida de los Braverman.
Nada beneficia más a una serie que un final con tiempo y a tiempo y así parece que lo empiezan a ver también en España, donde éxitos tan rentables como Sin Identidad en Antena 3 o El Príncipe en Telecinco, se han renovado para una segunda temporada gracias a su buen desempeño en antena, pero no se han estirado hasta la saciedad y ambas arrancan esta segunda temporada sabiendo que será la última y enfocadas así a cerrar unas tramas que no necesitan en absoluto la introducción de nuevas ramificaciones de las intrigas, investigaciones o venganzas que las conforman, ni nuevos personajes en los que apoyar minutos y minutos de emisión.
Los eternos secundarios en nuestra ficción, en ocasiones una trampa que se vuelve tanto o más atractiva que los propios protagonistas, forman parte del adn de las series españolas, secundarios que nacen al abrigo de una historia que no da para rellenar 70 minutos semanales, con la incertidumbre añadida de no poder quemar la trama principal por si funciona lo suficientemente bien como para firmar una segunda y una tercera temporada. Secundarios de los que a veces también se ven obligados a prescindir, precisamente por ser solo elementos de relleno, que se quitan y se ponen como elementos de adorno en un árbol de navidad. El ejemplo más reciente es el caso de B&B y la eliminación de un plumazo de toda una familia con el fin único de llevar las tramas por otro lado.
Las series se estiran cuando funcionan y los personajes pierden su esencia, los misterios se desestructuran, se enredan, las relaciones entre unos y otros se agotan y se entra en un círculo vicioso en el que, a mayor éxito de la serie, mayor necesidad de estirar y estirar y mayor perversión del contenido. Un exceso que solo unos pocos privilegiados logran mantener a la altura o incluso mejorar, como el caso de The Good Wife, de la que yo también pienso es la mejor serie en emisión en este momento y que solo muy ocasionalmente ha perdido la chispa para recuperarla rápidamente después y, pese a que los premios rara vez la reconocen como merece, sigue siendo la reina absoluta.
Es más fácil en casos como el mencionado pues, pese a que todo lo que ocurre a los personajes nos parece suficientemente atractivo como para continuar enganchados, no deja de ser un procedimental que cubre parte de su duración con juicios e investigaciones de casos que permiten tomar un respiro, o eso parece a priori, pues luego resulta que los casos son tan buenos y están tan sumamente pegados a la realidad o incluso adelantados a ella, que uno no puede dejar de ser fan de todos y cada uno de los minutos de la serie. Insisto, es un caso excepcional, que además ni siquiera se rige por las audiencias, pues no es de las que arrastran uno de los mayores ratings de la parrilla americana y cada año dudamos si será o no el último. Solo espero que la CBS tenga con The Good Wife, o más bien con sus seguidores, la delicadeza de regalarnos una última temporada anunciada, una que permita rematar todos los posibles flecos que queden sueltos y hacer redonda una serie que ha de pasar necesariamente a la historia.
Ni El Príncipe, ni Sin Identidad serán nunca The Good Wife, tampoco Parenthood, no lo necesitan, juegan a otra cosa y juegan en otra liga, la del thriller, la venganza, la acción y la investigación policial. Ninguna de las dos pasará del lustro de emisión como han hecho estas, pero precisamente esa diferencia hará que merezcan la pena, que la audiencia las siga e invierta su tiempo en ellas, sabiendo que nadie irá a la deriva, que todo está claro y predeterminado, porque nada favorece más a un guión que un guionista que va al grano, uno que ya ha visto lo que hay al final del arco iris y tiene el tiempo necesario para contarlo.