Como si de un «fascículo nuevo de la Biblia» se tratara, el estreno anoche en Cuatro del reality Adan y Eva tuvo un efecto inesperado en los datos de audiencia. Inesperado por lo grueso de la aceptación (casi tres millones de personas, difíciles de congregar en el canal) y porque, lejos de morder los resultados de Velvet, que estrenaba su segunda temporada en Antena 3, terminó llevándose por delante los resultados de la despedida de Hermanos, que se quedó en un triste 9% de share. Es más que probable que esta dentellada haya venido provocada más por el regreso del romanticismo de Velvet, pero no deja de ser significativo el resbalón justo en el último episodio al mismo tiempo que se dan tan buenos resultados con otro estreno, dirigido a un target más joven, más similar al que podrían congregar María Valverde y sus trágicos pretendientes.
El éxito del estreno de Adán y Eva no ha sido solo de audiencia, también la crítica está hablando bien del programa, dentro de lo que cabe, pues no podemos olvidar que se trata de un programa de entretenimiento destinado a hacer sonreír y pasar el rato. Pese a todo, los prejuicios derivados del hecho de que el programa se desarrollara con sus concursantes completamente desnudos han caído, al comprobarse que se trataba tan solo de un efectista truco para despertar el interés, una característica que no se convierte en protagonista, sobre la que no se hace alarde, aunque tampoco se oculte.
Ahora bien, una cosa es que no nos encontremos ante un dating-show de porno suave y otra que se nos quiera vender el tan manido concepto de que la belleza está en el interior y que este programa busca ahondar en ello, mostrando a la gente sin tapujos, tal como es, sin que nos distraiga su aspecto, su maquillaje, sus ropa de clan. Están desnudos sí, pero son igualmente superficiales que los más recargados concursantes de MYHYV y como tales lo dejan claro en sus entrevistas de presentación. Estar desnudos no es más que un elemento de incomodidad introducido en el día a día de sus vidas en la isla, dirigido específicamente a incomodarles a ellos más que a despertar el morbo en el espectador, en lo demás, son todos iguales.
Pese a todo, ha sido este elemento el que claramente ha alimentado la curiosidad de los televidentes, pues no se explica de otro modo tamaño resultado de audiencia en lo que podría haber sido una entrega cualquiera del dating show que a mediodía emite Telecinco, el reality con famosos en una isla o algunos de los programas que pueden verse en MTV con ejemplares de la especie humana igualmente sorprendentes.
Producido también por Cuatro Cabezas, brillantes responsables de programas como ¿Quién quiere casarse con mi hijo? o Un príncipe para…, en este caso se ha huido de forzar las características de la personalidad de los concursantes para hacer reír y, en su lugar, se nos muestra con total crudeza la incapacidad de hilar dos frases con sentido de estos jóvenes aspirantes a portada de Interviu. Si en aquellos casos nos sentábamos a simpatizar con ellos y a sentir cierta ternura por sus meteduras de pata y su incompetencia intelectual, en esta ocasión yo no puedo evitar sentir cierta vergüenza ajena, cierta sensación de que, si bien estos chicos no son necesariamente un reflejo de su generación, quizá deberíamos preocuparnos porque haya tantos de sus características… o asegurarnos de que les damos una buena educación sexual para que no perpetúen la raza (ay, si os pillan los de Utopia).
Del debate posterior, en el programa La otra red, intentando ser serios y ahondado en el tópico de la belleza está en el interior, no tengo mucho que decir más allá de pedir que se dejen atrás los complejos, que no pasa nada por hacer televisión para el puro entretenimiento, que no todo ha de ser un experimento sociológico, un ejercicio serio. Sobran las justificaciones.
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