Ayer la madre de Pablo Motos, colaboradora ocasional de El Hormiguero con sus tiernas intervenciones telefónicas, la lió gorda cuando, hablando con Los Morancos, no pudo evitar promocionar un programa de la competencia, uno que casualmente esa misma noche emitía su final, Pequeños Gigantes. La buena mujer, con su mejor intención, alabó el papel de uno de los invitados del programa de Antena 3 que es, a su vez, miembro del jurado del talent show de Telecinco y no hubo manera, pese a los sutiles intentos de Pablo Motos, de que se diera cuenta de que estaba metiendo la pata.
Y es que para el común de los mortales, incluidas las familias de los trabajadores de televisión, la rivalidad entre cadenas no deja de ser una anécdota, una disputa empresarial de la que no participan y en la que únicamente les importa qué ponen cada noche en la tele y qué programas encajan más con sus gustos, se emitan en la cadena que se emitan, incluso si esta no es la que paga a sus hijos, maridos o uno mismo.
¿Es que en algún momento alguien ha pensado que los miles de familias de los empleados de televisión únicamente tienen sintonizado el canal en el que trabaja su pariente? En ese caso, menos mal que la mayoría trabajan en uno de los dos grandes grupos y aún pueden elegir entre distintas ofertas, pero no quiero ni pensar lo que podrían llegar a sufrir los trabajadores de las cadenas más pequeñas, no digamos ya los de la teletienda o canales de brujos varios.
No, señores, no, la gente ve la tele porque le entretiene, le informa, le da morbo o hasta habrá quién vea la tele porque le cabrea y eso le mola, pero ven programas, no cadenas y aunque es legítimo que uno pretenda acaparar espectadores y que estos enciendan el televisor pulsando directamente la tecla con el número de su canal favorito, eso no va a evitar que zapeen, que busquen, que alternen unos con otros. Y cuanta más naturalidad le den al asunto desde las propias cadenas, mejor les irá a todos.
Posiblemente ayer y esta misma mañana, la anécdota del programa de Motos haya enfadado a muchos en sus despachos y haya hecho sacar lo peor de algunos otros en los suyos, reforzando esa teoría tan lamentable que se vive desde hace años que aboga por no invitar a los programas a personajes que estén trabajando en el canal rival o que tengan alguna relación con ellos que pueda terminar por promocionar la competencia, empobreciendo el panorama sobremanera y provocando una endogamia que solo sirve para complicar el trabajo a todo el mundo.
El sector ganaría mucho si la misma naturalidad con la que Amelia expresa sus gustos televisivos se trasladara a algunos despachos en los que se pierde mucho, mucho tiempo, buscando la manera de hacer daño al de enfrente en lugar de (o además de) hacer bien el trabajo de uno independientemente de lo que hagan los demás.