Las lecciones que nos daba The Newsroom en su primera temporada, pese a ser tremendamente criticadas por lo fácil que resulta hacer sangre del tratamiento periodístico de una noticia cuando ya se conoce el resultado final de la misma, no dejan de ser unas grandes lecciones de periodismo responsable, unas que muchos de los profesionales que nos rodean deberían plantearse, los profesionales y sus confidentes.
Vivimos en la era de las noticias de usar y tirar, de las noticias inmediatas, de las carreras por ser el mejor y ser el primero y así, los derechos de los ciudadanos, esos derechos que los políticos y otras autoridades a menudo pisotean para indignación de periodistas y tertulianos, se ven afectados una y otra vez, sin que nadie les afee la conducta a ellos también.
El exceso de información sobre las personas, la facilidad con la que hoy en día proporcionamos datos de nuestra intimidad a familiares y amigos e incluso a desconocidos, han convertido la labor periodística en una tarea mucho más sencilla y basta con conocer un par de datos de un presunto delincuente o de una enfermera portadora de un virus letal para que en apenas unas horas todo el mundo conozca sus caras y sus fotos más personales, obviando por completo la presunción de inocencia de unos o el derecho a la intimidad de los otros.
Decían ilusos los familiares de la enfermera con ébola que no se iban a hacer públicos sus partes médicos, sin darse cuenta de que la carrera por la noticia ya había comenzado y que nada iba a poder evitar que no solo estuviéramos al tanto de su estado de salud, sino que circularan fotografías en la intimidad de su hogar o que los medios llegaran directamente hasta ella por medio de llamadas telefónicas, llamadas que, según algunos abogados, pueden poner en peligro su defensa jurídica en caso de que el día de mañana haya de enfrentarse a un juicio, bien como denunciante, bien como acusada (es poco probable, pero en EE.UU. acaba de morir el primer enfermo de ébola allí, un ciudadano que se enfrentaba a una grave denuncia por poner en peligro a la población al ocultar su enfermedad).
Las cosas han llegado a tal punto que la propia enfermera afirma haberse enterado de que efectivamente estaba enferma por los medios de comunicación, algo que solo tiene un culpable: el sanitario y/o político que decide filtrarlo a la prensa antes siquiera de habérselo comunicado a la paciente. Una falta de ética imperdonable, no tanto de los medios, que tienen la obligación de buscar el dato, sino en quién decide apuntarse el mérito de convertirse en topo.
Lo mismo ocurre con el presunto pederasta de Madrid, al que todos hemos visto ya en todas las cadenas de televisión, en todos los periódicos, imágenes que han impedido que una de las niñas abusadas haya podido participar de la rueda de reconocimiento al haberse topado con su cara en la tele. ¿Han de estar las niñas aisladas del mundo para evitar convertirse en testigos contaminados? ¿No deberían estar protegidas de estos «accidentes» y poderse mover libremente por casa, encendiendo y atendiendo a la televisión a su antojo? Y no entro ya a defender los derechos del presunto porque me cuesta demasiado, pero no hace mucho pudimos vivir un episodio en el que finalmente unos violadores resultaron no ser tales aunque sus fotografías ya habían dado la vuelta a toda la oferta periodística del país.
Hace falta tomar responsabilidad. Es cierto que estamos en manos de unos políticos que son un desastre, de unos juzgados que van lentos y que el día a día de la actualidad necesita alguien que esté pendiente y denuncie, que haga de altavoz de todo lo que no funciona y reclame a quienes tienen la responsabilidad que cumplan con ella o, como mínimo, que les afee la conducta. Pero ya sabemos como es eso de que un gran poder conlleva una gran responsabilidad y los medios han de atender a esta responsabilidad.
El pánico que genera el ébola es absurdo si lo comparamos con la mortalidad de la gripe, la malaria o la legionella. Esta última saltó a los medios hace una semana, contagió a un montón de gente y algunos murieron. Pero como ya es «de por aquí», no llama la atención. Nada comparado con la gripe, que mata a más gente en España en un año que todos los muertos por ébola desde el inicio de los tiempos.
Pero es que todo lo que rodea el caso del ébola en España es de traca. Sin entrar a valorar que no debieron traer al sujeto cero, lo cierto es que el miedo ha disparado las audiencias de las cadenas, y estas se han apresurado a meter cámaras en todas partes. Hemos entrado en la casa de la enfermera (por cierto ¿es que no tiene nombre?), hemos visto su intimidad, fotos de ella con el perro -hay que ser un auténtico cabrón para disparar esa foto despatarrada en el sofá, y mucho más para obtenerla y ponerla en portada-, el marido, los partes médicos, qué dicen, hacen, comen…
Es una violación flagrante de la intimidad de las personas y podemos aventurar que podemos ser los siguientes, no en ser contagiados de ébola (que también), sino en ver nuestra vida en las pantallas de los móviles de medio mundo. En el caso del pederasta de Ciudad Lineal, sea culpable o inocente, ya nunca podrá salir a la calle sin que le señalen con el dedo, porque medio planeta sabe que es un violador de niñas (incluso aunque se demuestre que no).
Los medios no se cansan de informar minuto a minuto de las desventuras del virus, en los periódicos en línea no les bastan los tamaños de las fuentes, creo que el consorcio de la W3C va a proponer un nuevo tamaño: «titular de ébola en la prensa de España», que no te cabe ni en la pantalla. Todo para difundir un pánico irracional a una enfermedad que tiene 1 infectada, dos muertos, cinco posibles contagiados y un perrete muerto. Y una ministra en la picota, pero por lo visto esta es la que menos se tiene que preocupar.
Ahora vemos que el ébola no es cosa de unos negros en África, es cosa también de blancos en Europa, gente que podríamos tener añadida en Facebook, vecinos de nuestro edificio… Como dijo un misionero ayer, la vida de un negro en Sierra Leona no vale nada comparada con la de un europeo y a las pruebas nos remitimos. Los miles de muertos en África nos han importado un bledo.
Ahora veréis cómo la OMS empieza a soltar pasta. Ahora sí corremos.
Qué vergüenza.