Pequeños gigantes, Tu cara me suena mini, Masterchef Junior… recién empezada la nueva temporada televisiva las cadenas se llenan de programas con niños ¿para niños también?
Despotricamos contra la mala costumbre, antigua costumbre diría yo, de hacer series para todos los miembros de la familia, series en las que cualquiera puede encontrar alguien con quién identificarse, ya sea un abuelo, un adulto de mediana edad, un adolescente o incluso los miembros de la familia más jóvenes, esos que ni siquiera deberían estar frente al televisor pasadas las diez de la noche. Y cuando parece que la ficción ha evolucionado lo suficiente como para apartar esta manía de las salas de guionistas, el entretenimiento regresa a la tele en modo patio de colegio.
Lo confieso, siempre he tenido cierta tirria a los programas con niños, a los niños prodigio en general. Desde el punto de vista de sus progenitores, me parece un abuso, un lucimiento del que están mucho más orgullosos ellos que los pequeños, sometidos a largas horas de grabación en las que muy pocos lo pasan bien más allá del primer ratito de emoción frente a las cámaras, más allá de los tres o cuatro que han nacido para hacer el ganso y disfrutan siendo el centro de atención, lo mismo a los cuatro años que a los cuarenta.
Desde el punto de vista del análisis televisivo, me gustan aún menos, no los termino de entender en emisión en el prime time, espacio para la creación audiovisual que pasa de contar historias más o menos entretenidas en trabajadas creaciones de ficción un día, a torturarnos al día siguiente con empalagosas actuaciones de tiernos infantes que más adelante son peloteados hasta la saciedad por un jurado en el que Melody y su cansina verborrea encarnan el prototipo de pequeña estrella a imitar.
Y sin embargo, el público se vuelca con ellos. Las audiencias de Masterchef Junior en su momento fueron fantásticas, las del estreno de Pequeños Gigantes han superado las expectativas (en un arranque de temporada en el que todo está aún algo parado y en el que lo mismo puede acabar desinflándose que reinar gracias a su estreno temprano) y es previsible que Tu cara me suena mini funcione casi tan bien como su hermano mayor, pese a que la principal característica del programa original, la de ver a famosos fuera de su zona de confort y mostrando su calidad en otras tesituras, desaparezca por completo aquí, en favor de un entretenimiento basado solo en la calidad artística de los más pequeños.
¿Qué lleva a los espectadores a lanzarse masivamente a ver este tipo de programa? ¿Acaso yo soy algún tipo de monstruo sin corazón que se aburre con las gracias de cualquier niño que no sea mío? ¿No han mostrado en miles de ocasiones las películas ese momento incomodo en que nos vemos obligados a disfrutar de las actuaciones de los hijos de nuestros amigos con cara de tierna felicidad mientras pensamos «yo vine aquí a tomarme dos gin-tonics y media cajetilla de tabaco. Pero ¿esto qué es?» ?
Vomitivo.
Tampoco comprendo por qué los emiten en prime, cuando los propios niños no lo puede ver porque deberían estar ya acostados. En vacaciones hubiera sido comprensible hasta cierto punto, pero ¿ahora que empieza el curso? Por no decir que a esas horas se te escapa el mando y acabas en otro canal viendo cualquier programa no apropiado para ellos (aunque estoy en contra de la protección infantil excesiva, cosa que además las cadenas se pasan por el arco de triunfo cuando les conviene).