Cuando arranca la nueva temporada en la televisión española y muchas de las cadenas empiezan a presentar sus apuestas en el FesTVal de Vitoria, algunos seguimos todavía enganchados a producciones norteamericanas que este verano han sido lo único que nos ha permitido sobrevivir televisivamente hablando.
Una de estas series es Masters of Sex, excelente en su primera temporada y muy a la altura en esta segunda que, sin embargo, está siendo algo extraña. Ya se sabe que las segundas temporadas pueden pecar fácilmente de no saber qué camino tomar después de un éxito a veces inesperado o simplemente de una falta de previsión que haga que los creadores tengan claro qué quieren hacer con una primera temporada sin pensar en qué ocurrirá caso de que funcione y se extienda el contrato de producción por al menos una más.
En el caso de Masters of Sex contamos, o mejor dicho cuentan ellos, los creadores, con una ventaja fundamental: la de la historia real en la que se basa la serie, una historia real de la que aún quedaban por repasar muchos capítulos al termino de la primera tanda de episodios y que ha facilitado sobremanera la evolución natural de los personajes. Y aún así, el desarrollo de estos últimos está siendo verdaderamente extraño.
Hace dos semanas pudimos ver el episodio 6, uno que remataba prácticamente todas las historias abiertas y que nos dejaba al final con una extraña sensación, la de haber presenciado un final de temporada, uno muy notable. Si a esto añadimos que el episodio 7 empieza directamente cinco meses después de dónde lo dejamos, con un cambio radical en la vida de los protagonistas y un paso del tiempo en el episodio de hasta dos años completos, la sensación de que el tempo de la serie está descolocado, no hace sino descolocarnos como espectadores y hacer que nos preguntemos ¿qué está ocurriendo exactamente? Incluso el final de este séptimo episodio podría haber sido un final de temporada, lo que no habría tenido sentido alguno después de los acontecimientos de la semana anterior y siendo un cierre bastante más flojo, pero hasta ese punto ha llegado a discurrir la historia y los sentimientos y lazos familiares de Bill Masters y Virginia Johnson.
Es difícil saber hasta dónde la historia personal de estos dos investigadores fue realmente como nos la describen en Masters of Sex. Perdonadme la comparación, pero hay escenas de ciencia ficción absoluta, como lo eran las escenas de intimidad en Felipe y Letizia. Incluso lo que es real parece tremendamente exagerado, como el hecho de que alguien tan dulce e ideal como Virginia se enamore de un ser frío e impenetrable como Bill y sin embargo, uno no puede evitar seguir enganchado a su historia, asumir que sus personalidades no debían distar mucho de lo que aquí se pinta y tener dudas sobre qué es lo que deseamos para ellos al final, un final que muchos ya conocemos y que somos capaces de obviar durante los más de 40 minutos que dura cada entrega.
Y esa es la grandeza de una obra bien hecha, de una historia bien contada: la de ser capaces de abstraer al espectador tanto como para hacerle olvidar lo que sabe, como para firmar con los ojos cerrados ese contrato de confianza en el que estoy dispuesta a creerme todo lo que me cuentes, aunque sepa que es imposible que haya sido así. Tánto me gustas, que hasta estoy dispuesta a ver tu errático comportamiento y tus remates de temporada en medio de la temporada, sin inmutarme siquiera e incluso alegrándome por saber que la semana que viene volverás a darme casi una hora de entretenimiento delicioso.