No pensaba escribir este año sobre Eurovisión, salvo que hubiéramos ganado, claro, es decir, no pensaba escribir este año sobre Eurovisión, pero lo cierto es que los datos han sido tan apabullantes, que no me queda más remedio que volver a hacerlo.
Tan denostado como innecesario según la mayor parte de los españoles generadores de opinión, los mismos que afirman ver los documentales de La2 por encima de cualquier otra oferta televisiva, al final resulta que el Festival interesa tanto que, de no existir Televisión Española, los grandes grupos de comunicación se tirarían de los pelos por sus derechos de emisión.
Tantos millones de espectadores como cualquier partido de alta competición, más que algunas carreras de Fórmula 1 (dos millones más que el GP de Barcelona emitido al día siguiente, sin ir más lejos, cuya audiencia se califica como «arrasar» frente al dato sin adjetivar del Festival) y un espectáculo televisivo que, al margen de cualquier otra cuestión, es un pedazo de espectáculo.
Desde que falta José Luis Uribarri, falta también ese comentario pitoniso al inicio de las votaciones de cada uno de los países que, sin bien José María Íñigo pretende transmitir, resulta ser tan de andar por casa como los comentarios que cualquiera de cierta edad ya sabemos hacer en nuestra propia casa. Los mismos que echamos de menos la clase anual de francés y sus «Guayumuní catre pua». Por cierto, en la traducción simultánea, Íñigo no se defiende nada mal).
Respecto a la ganadora de la edición de este año, poco queda por añadir que no se haya dicho ya en otros programas, aunque creo que su victoria hubiera sido mejor entendida si en la retransmisión nos hubieran contado, como ocurría tradicionalmente, cual era el contenido y el mensaje a transmitir por las canciones, muchas de las cuales directamente no aportaban nada pero otras, como el caso de la ganadora, llevaban asociados valores, en este caso un canto a la libertad de hacer y ser lo que a uno le de la gana, que no lograron traspasar la pantalla. Sin ello, su victoria quedó en una simple frikada, un guiño divertido a un personaje diferente, uno que hace años no pasaba de ser una atracción del circo y no, en este caso, no era solo eso.