Es la eterna reivindicación de quienes hacen comedia, la necesidad de que el público, la crítica y los profesionales del sector entiendan la dificultad de hacer una buena serie, mucho mayor que la de llamar al sentimentalismo, hacer un procedimental o liarse a matar gente en cualquiera de sus modalidades televisivas. Hacer comedia y que tenga éxito de forma estable es muy difícil, más todavía en estos tiempos modernos e individualistas en los que la audiencia está formada por millones de personas aisladas, disfrutando de los contenidos en solitario y muy frecuentemente desincronizados de sus amigos y familiares. Si las risas enlatadas son fruto de la necesidad, no tanto de marcar los chistes, como de no hacer que el espectador se sienta tonto riendo solo, un recurso hoy en día tan anticuado parece más necesario que nunca, cuando la gente ha dejado de ver la televisión en el salón, con el resto de la familia.
Y a pesar de las dificultades propias del avance de la tecnología y el cambio en las costumbres, a pesar de que los recursos tradicionales hayan quedado desfasados y reservados únicamente para comedias ligeras, las cadenas siguen necesitando equilibrar su parrilla con todos los géneros y la comedia es uno de los imprescindibles, pese a que pueda parecer que canales de postín como HBO estén destinados a hacer otras cosas. Una imagen contra la que el canal lucha y se rebela y dónde está logrando éxitos notables que esta misma semana quedaban respaldados con el anuncio de renovación de Veep, que tiene en emisión su tercera temporada y Silicon Valley, que aún no ha emitido más que tres episodios.
La primera, Veep, es una divertidísima comedia protagonizada por Julia Louie-Dreyfuss en el papel de la vicepresidente de los EE.UU., ninguneada por su jefe y enfrentada a las más rocambolescas obligaciones presidenciales. Tanto ella como su equipo de protocolo y comunicación conforman un delirante equipo político que fácilmente podemos imaginar enfrentándose a situaciones reales y que, como creo haber dicho ya en no pocas ocasiones, nos hace lamentar la falta de interés por hacer algo así en nuestra televisión, víctima habitual de la falta de sentido del humor y capacidad de autocrítica de políticos y sociedad en general.
Por su lado, la recién llegada Silicon Valley se enfrenta a la vida de un grupo de los tan manidos emprendedores, en la cuna de las start-up tecnológicas, una temática llena de tópicos, que hemos podido ver reflejada ya en algunas películas como Los Becarios, La red social o incluso Jobs, y con toques de «nerdismo» muy similares a los que encontramos en The Big Bang Theory. Por el momento, solo he tenido tiempo de ver el primer episodio y he de reconocer que, incluso con sus tópicos, está logrado, aunque temo que su principal activo, la densidad de chistes temáticos por episodio, sea insostenible y al final termine por ser una comedia más sobre jóvenes con talento buscando hacer algo grande en la vida, luchando contra intereses de unos y otros, enfrentándose a decisiones que pueden cruzar la línea de la ética, debatiéndose entre el dinero y la gloria.
Las comedias de HBO, como casi todos sus productos, logran traspasar las fronteras del idioma y más especialmente las de la crítica pero, en su país de origen, son tremendamente minoritarias (estas series de las que hablamos rondan el millón, millón y medio de espectadores, datos que en un país de más de 300 millones de habitantes resultan insignificantes) y sin embargo, no solo hacen que su canal sea rentable, sino que le dan prestigio por todo el mundo y, lo que es más importante, dan brillo y repercusión al género de la comedia, muchas veces olvidado y a menudo infravalorado. Que HBO esté ahí es un espaldarazo y se merecen una buena risotada.