¿Dónde está Santa Justa? ¿Se ve el mar desde las ventanas del Mirador de Montepinar? Son preguntas que nunca tendrán respuesta porque en España la ficción es muy poco dada a localizar sus series en lugares reales, claramente descritos. A diferencia de las series norteamericanas con las que hemos aprendido que Baltimore puede ser un lugar complicado, que Nueva York es deliciosa o que en Los Ámgeles hay avenidas llenas de palmeras, los guionistas españoles no parecen muy dados a localizar sus dramas y comedias en lugares de verdad.
España, ese país lleno de celos entre comunidades en el que no puedes criticar una ciudad o caracterizar a un villano con un determinado acento u origen sin que las distintas asociaciones vecinales se te echen encima para criticar la elección, como si no estuviéramos cansados de escuchar chistes, comparaciones o expresiones más o menos acertadas dirigidas a una determinada población o sus habitantes marcados por esta o aquella anécdota popular. Pero claro, la corrección política ha llegado a la televisión y ahora un raterillo no puede ser de Cuenca porque parece que estemos acusando a todos los conquenses de ser unos ladrones, ni un político corrupto de Calatayud, no vaya a ser que los maños se ofendan.
Es una triste realidad que en los últimos tiempos ha sufrido cierto cambio, derivado de una novela original en la que se basa una serie, como El tiempo entre costuras, o de la necesidad de contar la historia de un barrio como El Príncipe porque su historia es el propio barrio. Nos encontramos ante series ricas por su realidad auténtica, pero que no por ello pasan a ser documentales. Pequeños cambios que pueden pasar desapercibidos, pero que suponen un avance importante en la madurez de la ficción y también del espectador. Que no pare.
Artículo publicado en el número de marzo 2014 de la revista Zapping Magazine