Es la cantinela constante de las últimas semanas en las que las cadenas van estrenando sus nuevos productos estrella en el prime time, allí donde entienden que podrán obtener mejor resultado y robarle unos cuantos cientos de miles de espectadores a la competencia. La rivalidad es máxima y no son pocos los días en los que confluyen dos estrenos a la vez, impidiendo al espectador más informado e intrigado por las nuevas opciones disfrutar cómodamente y en tiempo real de lo nuevo, obligado a elegir y, si le quedan ganas, ver alguna de las opciones más adelante, en la web de la cadena (o donde le venga en gana). Es el triunfo de la producción española, la prueba de que el público español definitivamente conecta con sus series y una muestra de una industria activa y sana.
Así lo veo yo, aunque en ocasiones me parezca que soy la única, a la vista de la cantidad de protestas que se leen sobre lo inadecuado e injusto que resulta enfrentar dos producciones españolas. Sinceramente, no lo entiendo. Si fuera una final de la Champions ¿diríamos que es injusto que se enfrenten dos equipos españoles porque uno de los dos acabará perdiendo? Pues es lo mismo, lo importante es llegar, estar ahí, que se siga haciendo producción propia y que todas las noches se enfrenten en horario de máxima audiencia dos series españolas, o tres y, si es en todas las cadenas, mejor. Eso significara que se produce, mucho.
Luego podemos entrar a valorar la dificultad de estas mismas producciones para salir adelante en un entorno feroz, donde no se espera a que la audiencia madure, donde todo se quiere de forma inmediata y los resultados se miran únicamente en grandes cifras y en competencia directa con el de enfrente. Pero ese es otro problema y clamar al cielo porque una nueva serie española se estrena en competencia directa con otra serie de igual expectación, de similar calidad, de parecido potencial es simplemente antiguo. No se me ocurre otro adjetivo mejor para definirlo: es como si aún viviéramos en los tiempos de la televisión pública como único entretenimiento, un tiempo en el que no existía la competencia y podíamos verlo todo, porque apenas había nada, un tiempo en el que primaba la calidad por encima de la audiencia, porque esta estaba ya conseguida y donde la competencia estaba en los libros o en la cama. Eso sí, se producía poco y lo hacían muy pocos.
Los tiempos han cambiado, el número de televisiones ha crecido y con ellos, no solo la competencia, también las posibilidades de hacer industria, de crear, de sacar adelante una serie. Sí, es más difícil llegar y no digamos ya mantenerse, pero llegan más porque hay más cadenas que alimentar y que la serie de ficción sea el niño mimado de las cadenas es una buena noticia, para todos los que hacen este tipo de productos, que a menudo son los que más se quejan, soñadores que querrían ver su producto compitiendo en solitario frente a productos extranjeros que no funcionan o reposiciones de otras cosas que ya han vivido su éxito. ¿Alguien es capaz de imaginar a Ryan Murphy, Carter Bays o JJ Abrams protestando en EE.UU. porque sus nuevas series ¡¡¡Joder, es que compiten con otras series americanas!!!? Duh!
En esta línea, hay quienes simplemente protestan porque sean dos productos de ficción los que compiten, no tanto por el hecho de que sean españoles, sino por el género, apostando por un enfrentamiento ficción/entretenimiento. Eso, desde el punto de vista del espectador que quiere opciones, quizá sea más comprensible, pero solo desde ese punto de vista, pues un programa de prime time, sea cual sea su género, sigue siendo un programa que da trabajo a mucha gente, una apuesta de los profesionales que hacen televisión, que a menudo forman parte de las mismas productoras que hacen ficción, o de otras que han de sobrevivir también haciendo cosas diferentes. Unos y otros han de tener el mismo status de creadores, la misma consideración como producción española, no es más fácil hacer un programa de estas características que una serie de televisión, ni más difícil tampoco, todo dependerá de cada caso particular, hacerlos de menos es un error y, en muchos casos, un signo de superioridad mal entendido, como quienes desprecian las series porque ellos hacen cine y eso es arte.
Y el caso es que en todo este follón solo hay un culpable: las audiencias, benditas audiencias en algunos casos, malditos números en esos mismos casos vistos desde la otra orilla. Un problema sin solución, parte esencial del juego de poder que reparte el dinero con que se hace la televisión en abierto. No tiene solución, pero sus resultados podrían ser muy distintos si la medición de audiencias cambiara, fuera más precisa y se adaptara a los nuevos tiempos, unos en los que los espectadores no se limitan a ver un programa cada noche, sino que pueden disfrutar de ese y todos los demás en los días sucesivos a su estreno. Las cadenas ya han avanzado poniendo a disposición de la audiencia toda su programación de producción propia en sus webs, ahora solo queda medirla e incorporarla a la audiencia general, observando tendencias, aceptación general de algunos productos que no llaman la atención en su emisión en directo y admitir que los tiempos han cambiado. Hay toda una generación que posiblemente nunca vea ficción en lineal, ellos son los que el día de mañana darán de comer a las productoras y sus empleados, sin importarles qué día ni contra quién se estrena su serie favorita, porque esa serie estará compitiendo, cada día, cada noche, en cada prime-time, contra cientos de miles de episodios de los miles de series estrenadas hasta entonces. Cuantas más series españolas haya en esa parrilla virtual, mejor nos irá a todos.