Este post de Borja Terán en el que comenta el traspaso del primer negocio nacido gracias a la generosidad de los espectadores de Entre Todos, me viene al pelo para hacer una comparación con el texto de ayer en el que comentaba las bondades de los programas de talentos.
En estos programas, pese a no ser más que puro espectáculo y no garantizar el futuro profesional, sí podemos encontrar múltiples ventajas para el concursante, que no recibe dinero, pero sí una exposición y una publicidad con un valor realmente importante y que es el que normalmente no pueden permitirse, del que muchas veces además depende que una carrera de cantante salga o no adelante (lo de cantar bien, como comprobamos cada día, es secundario).
En el caso de Entre Todos, efectivamente y como bien dice Borja, el problema no es tanto el dinero como la frecuente incapacidad empresarial de los que montan un negocio con la ayuda de la gente que llama a la tele para colaborar. Todos podemos pensar en un momento dado que estaría bien montar una tienda (yo de pequeña quería montar una papelería), un pequeño restaurante o un negocio de aquello que mejor sabemos hacer, pero eso no garantiza su viabilidad, al no bastar con querer hacerlo, tener el dinero y mucha ilusión. Salir en la tele en este caso nos proporciona una publicidad relativa, sobre todo para un negocio que aún no está en funcionamiento, cuyo valor es mucho menor que el de un festivo programa de talentos que se mueve además por el fenómeno fan.
Pero este no es el único tipo de programa en el que la ayuda puede llegar a ser un mero espectáculo sin recorrido, en el mismo sentido, la pasada semana veíamos como en Espejo Público, en su intento por ayudar a una joven sin trabajo, se entusiasmaba con la llamada de un empresario hostelero canario que le ofrecía, no solo un trabajo de camarera en su restaurante, también hacerse cargo de su manutención y alojamiento. Todo un caramelo para alguien con necesidad de trabajar, un auténtico regalo que, sin embargo, al cabo de un par de días demostraba el poco sentido que tenía, al no ser un trabajo en la misma ciudad en la que vive la protagonista del drama, que se ve obligada a rechazarlo al no poder mudarse con su madre, dependiente. Un buen gesto, que no estudia la viabilidad de la propuesta.
Todo esto, por no hablar de lo absurdo de aquel programa en el que reformaban las casas de gente con pocos recursos, familias que vivían en casas con humedades, sin armarios, sin agua caliente, con jardines que suponían un peligro para los más pequeños por no estar suficientemente acondicionados o imposibles de transitar en la silla de ruedas de alguno de los miembros de la familia. El equipo de reformas llegaba con toda su buena voluntad y cambiaba la casa de arriba a abajo, haciendo un maravilloso trabajo, dejándola como nueva e incluso mejor, pero no teniendo en cuenta que se trataba de familias con los ingresos muy limitados, familias que difícilmente podrían asumir el consumo añadido que supone tener un pantallón de plasma y no digamos ya mantener un jardín con césped o ¡con piscina! Estas familias estaban condenadas a morir de inanición en los dos primeros meses de casa nueva por culpa de los gastos añadidos y a dejar piscina, césped y super televisor abandonados después.
Estoy completamente a favor de que la televisión sirva para echar una mano a la gente, que entre unos y otros hagan programas en los que todo el mundo sale favorecido, unos con la audiencia, otros con publicidad, dinero, trabajos o reformas que necesitan pero, de la misma manera que es una pena que el dinero aportado por los espectadores se vaya por el desagüe en un negocio que en apenas dos meses se traspasa, lo es que la buena voluntad de la productora no piense en las consecuencias de sus acciones: no basta con dejar una casa bonita, con ofrecer un trabajo estupendo, hay que pensar si eso tiene recorrido en el tiempo, si encaja en las necesidades de las personas o, lejos de ayudar, acabaremos por crear un problema extra a todos los que ya tenían los protagonistas antes de empezar. Estudio de viabilidad se llama, tanto si se trata de un negocio como si hablamos de cualquier otro tipo de ayuda y no es tan complicado.
A mí el programa éste me parece obsceno y, la presentadora, más ingenua que una adolescente hormonada. A título personal, estoy hasta el moño de la palabra «emprendeduría». Ahora el discurso es «Móntatelo tú, que el futuro es de los emprendedores». ¿A qué me suena? Ah, sí, al «El ladrillo nunca baja». Toda este fiebre emprendedora acabará en otra burbuja. A mí todos los días me viene alguien a decir que me lo monte por mi cuenta. «Ná, mujer, al principio será duro y perderás dinero, pero te irás haciendo con una cartera de clientes, se correrá la voz de que eres buena y poco a poco irás haciendo. No hay que tener miedo ni esperar a que otro te contrate. Hay que tener iniciativa. Mira, la hija de la del quinto segunda se ha montado un negocio de pulseras de conguitos y le va la mar de bien». Curiosamente, todos los que me dan la brasa con este discurso están trabajando como empleados por cuenta ajena. Si ya lo digo yo: en casa de los demás, es muy fácil arreglar las cosas. Lo mismo pasa con el dinero ajeno: es fácil montar negocios con él. Este programa es básicamente eso: un «el ladrillo nunca baja» pero con la emprendeduría.