Ahora que ha explotado definitivamente la burbuja en Canal 9, es hora de sacar trapos sucios, de levantar las alfombras y buscar culpables del tremendo fiasco económico que ha tenido lugar en la cadena (como si no se conocieran ya). En este pim pam pum, y al hilo de algunas informaciones aparecidas en medios impresos, empiezan a sacarle los colores a algunos colaboradores del programa Tómbola por las cantidades de dinero supuestamente cobradas en el ejercicio de su profesión en dicho programa.
Defender la existencia de un programa como este en un canal público es muy complicado, por no decir imposible, especialmente si consideramos que la función de un canal financiado con el dinero de los contribuyentes es atender a los contenidos que las cadenas tradicionales, las comerciales, no atienden, por ser contenidos poco relevantes para las marcas, minoritarios o poco televisivos. Tantos años después además, parece que la crónica y el debate social de higadillos está más que cubierto con la innumerable cantidad de horas que le dedica Telecinco y con las que en su momento dedicaba también Antena 3, pero no olvidemos que Tómbola fue novedoso en aquel momento y, como tal, tenía una audiencia muy destacable y, no solo eso, puso en el mapa a Canal 9 a todos los niveles televisivos… lamentablemente, sí, no vamos a entrara a discutir eso, pero tampoco debemos dejar de analizar las cosas con perspectiva.
Partiendo pues de la base de que Tómbola no es un programa adecuado para una televisión pública o al menos no el que se espera de ella (tampoco creo que Corazón lo sea y ahí lleva, décadas en TVE y ahora además por partida doble), lo que no es lógico es apuntar a sus colaboradores como responsables del desguace al que se ha sometido el canal años después, ni mucho menos el agujero económico que han dejado en el sus directivos, los de más arriba, incluso me atrevería a decir los que no ostentan ningún cargo en él.
Lógicamente, queda muy bonito echar tierra sobre el programa más polémico del canal, ese que todo el mundo reconoce como creación valenciana, ese que ha derivado en el muy criticado Sálvame, ese que ha gastado millones en pagar a celebrities que no contaban nada y que incluso se levantaban y abandonaban a los colaboradores y al público, pero no por ello dejaban de llevarse su gordo cheque a casa. Pese a todo ¿cuánto dinero generaba Tómbola en publicidad? ¿Qué parte proporcional de los ingresos por este concepto provenía del programa en aquella época? Son datos que nunca se aportan pero que serían muy interesantes, datos que seguramente arrojarían cifras más que sorprendentes y que seguro compensaban los grandes sueldos que se pagaban a sus trabajadores (sean o no lo que se publican en los medios ahora).
Vuelvo a insistir, Tómbola nunca debió ser un programa de una televisión pública, NUNCA, pero lo que no es, es responsable de los problemas que el canal tiene ahora y, desde luego, no lo son sus colaboradores, que se limitaban a ejercer su profesión (criticar si es ético, respetable o deleznable este ejercicio sería otra entrada, pero no es eso de lo que se trata), colaboradores que, como cualquier trabajador, no van a hacerle ascos a un proyecto bien pagado, legal y a la vista de todo el mundo. Criticarles a ellos por esto es muy fácil: lo que hacen está mal visto, nadie sale a defenderles aunque millones de personas los sigan cada día y uno de los deportes favoritos de este país es escandalizarse por los sueldos de la tele, como si los responsables de estos sueldos fueran quienes los cobran y no quienes los pagan (a nadie se le ocurre culpabilizar al trabajador cuando tiene un sueldo miserable, pero rápido nos aventuramos a hacerlo cuando nos parece excesivo).
No nos despistemos, la culpa del desastre de Canal 9 no es de Tómbola, ni de Mariñas, ni de Karmele. Ellos podrán ser culpables de muchas otras cosas que no nos gustan de la tele o de la parte de la sociedad española a la que representan con sus intervenciones en televisión, pero no de la ruina de un canal convertido en chiringuito de directivos y políticos sin sentido común ni principios… ni puñetera idea de gestión.