El pasado viernes reaparecía por enésima vez ante las cámaras de televisión Belén Esteban. Irreconocible físicamente, una vez más, y recuperada según dice de sus adicciones, una vez más. Entrevista de más de tres horas en Sálvame Deluxe y resultados de audiencia excelentes, una vez más. Hasta aquí todo bien, nada que reprochar más allá del convencimiento que tengo de que esta mujer no debería volver a la televisión y que deberían ser los propios directivos de la cadena quienes cerraran la puerta para siempre, antes de que un día tengamos un disgusto del que puedan arrepentirse.
El problema conmigo sobreviene cuando, dos días después de reaparecer a bombo y platillo, tenemos a su representante paseando por los platós de la cadena afirmando varias cosas que me dejan perpleja:
Una, que viene de reunirse con el psiquiatra de su representada, que han estado analizando su entrevista y que bla, bla, bla. Afortunadamente, no entiendo nada de psiquiatría ni de los procedimientos que se utilizan para sacar adelante a un paciente con adicciones, pero mi escaso conocimiento de la ética médica sí me da para intuir que comentar estas cuestiones en televisión cuando no eres el paciente debe ser, como mínimo, una intromisión en la intimidad y algo que está mal. Ya bastante me llama la atención que el médico comente con «un amigo» (uno que además vive de sacar a pasear por los platós a la paciente) los detalles de la evolución de la misma, mucho más que estos se puedan comentar en la tele.
Dos, que como consecuencia de la conversación con el psiquiatra de Belén, han llegado a la conclusión de que la «herida» está todavía abierta y es preceptivo que los compañeros y reporteros no saquen ciertos temas, ni delante de ella, ni en sus habituales corrillos en otros programas, porque puede reabrirse esta herida y Belén recaer. ¡Tócate los bemoles Manuel!. Ahora resulta que esta señora en realidad no está recuperada de sus problemas, pero vuelve a la tele porque necesita ganar pasta, se sienta en un plató, pone de vuelta y media a quién ella quiere y cómo le da la gana y luego su representante nos dice que, si recae, la culpa será de los medios que le preguntan cosas y hablan de ella. ¡Pero vamos a ver! ¿A qué vuelve a la tele entonces? ¿A poner verdes a todos y cotillear sobre los problemas de los demás sin que estos se puedan defender o los programas investigar y soltar sus lenguas viperinas contra ella so pena de ser culpados de lo que le pueda pasar? Si alguna culpa tiene la televisión en general y Telecinco en este caso, será de consentir estos discursos delirantes, nada más.
Ya lo dije en su momento y me reitero: nada ni nadie más allá de su entorno más cercano tienen la culpa de que un adulto, presuntamente responsable, haga de su vida un desastre por no saber enfrentarse a ciertas cuestiones, por dejar que se le vayan de las manos. Si Belén Esteban no es un adulto responsable, si no está bien para enfrentarse a la voracidad de la tele y de los programas en los que participa, no puede tener un alta médica. Si su psiquiatra afirma que algunas declaraciones de sus compañeros son un riesgo para su salud y su estabilidad mental, que no le de el alta. Esto no es una enfermería, es la tele, si no estás sano para trabajar tendrás que quedarte en casa. Y si lo estás, apechuga con las consecuencias.
¡Peggy ha vuelto!