Apenas 24 horas después de su estreno en EE.UU., Canal Plus emite Masters of Sex, la historia de Masters y Johnson, un médico y su colaboradora (más adelante esposa) que en los años 60 revolucionaron la manera en que se abordaba la sexualidad desde el punto de vista científico, en una arriesgada investigación que a muchos parecía más una perversión que un legítimo interés médico.
Como siempre en este mundo en el que tanto nos gusta poner etiquetas, muchos han definido la serie como la nueva Mad Men, quizá por el tono costumbrista de sus episodios (el menos el piloto así lo establece), quizá por la época que retrata, o simplemente por el alto contenido sexual que, sin los excesos de otras series de cable del momento, se justifica y normaliza, apareciendo en nuestras pantallas con la misma naturalidad con la que podemos ver a Don Draper presentar una idea para un anuncio o al médico protagonista escudriñar una herida abierta. Y pese a ello, la carga sexual de ambas series tiene una carga sentimental muy fuerte, una que ahonda en la personalidad de los personajes, convirtiéndolos en lo que son, desgranando sus complejos y sus inseguridades, mostrándolos en esos momentos completamente desnudos, no solo física, también psicológicamente.
Masters of Sex es una sorprendente mirada a un pasado muy reciente en el que el sexo seguía siendo tabú, un pasado en el que una mujer independiente y conocedora de su cuerpo podía volver loco a un hombre hasta el momento acostumbrado a seguir las pautas que marcaba la sociedad: casarse, reproducirse, despreocuparse del otro. Un tiempo en el que el médico más intrigado por el funcionamiento del cuerpo humano en los momentos de excitación sexual y todo lo que rodea al momento de climax no es capaz de poner en práctica ni uno de sus aprendizajes con su mujer, a la que apenas es capaz de mirar a la cara cuando se acuesta con ella, con la que ni siquiera comparte cama y ante quién vemos el reflejo de montones de parejas de un tiempo en que reconocer que el sexo era divertido y placentero era un pecado, no solo en términos religiosos, también sociales.
Emitido tan solo el primer episodio, poco podemos aventurar del desarrollo de la serie y hacia dónde nos llevará, más allá del conocimiento que tengamos de la historia real en que se basa, pero apunta maneras para ser una excelente pieza de época, una muy interesante mirada al pasado y una excelente reivindicación del papel de la mujer y su derecho a pasarlo bien, en ese papel de Virginia Johnson, una deliciosa interpretación de Lizzy Caplan replicando a un Michael Sheen frio y en ocasiones pasmado e ignorante que nos pueden dar grandes momentos y a quienes necesariamente les espera una gran evolución como personajes.
Esta es, claramente, una serie que debería tener predefinidos un número de episodios totales, prácticamente inamovibles, con los que contar su historia. En su capacidad de moverse en esa indefinición puede radicar parte de su éxito. Yo por el momento me la guardo en la lista de ‘Must-see’.
He visto el primer episodio y me ha gustado muchísimo. Me animé porque Michael Sheen es un actor que me encanta (a nivel interpretativo y físico, ¿para qué negarlo?). Seguiré con ella, sin duda. PS: El pisito de soltero de Sheen en esta serie es el que yo soñaba que tendría de mayor cuando era pequeña. Aix. Gracias por la recomendación, porque ni me habría enterado.